Tribuna

Insostenible, ingobernable y hortera

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Así es España a día de hoy. Solo hay que ver el atuendo o mamarracho deportivo que exhiben nuestros olímpicos, para confirmar que la crisis que padecemos es total. Hasta el gusto lo hemos perdido. Este país, que aspiraba a competir en la Champions, ha descendido directamente a regional. Ese descenso tan vertiginoso se produce solo cuando los clubs tienen problemas económicos y adeudan cantidades. ¿Eso de la deuda les suena, no? Y eso que no me refería a la economía del país, sino que hablaba de fútbol. Pero todos los caminos conducen a Roma, y ésta es también sufridora como nosotros de la economía. Hablemos de ella y por ende de nuestras vergüenzas.

Aquí, como en Roma, todos hemos fallado, nadie ha estado a la altura de las circunstancias. Por eso cuando los sindicatos dicen que la crisis no debe ser padecida por los trabajadores, porque ellos no son responsables, es una solemne majadería. ¿O es que los trabajadores no conforman la economía familiar, que supone junto con las empresas, la economía privada del país y su deuda asciende al 230% del PIB?

De otra parte, la clase política en el contexto de la crisis, es para echarle de comer a parte. Partitocracia endogámica con afición a las exhibiciones de poder. Políticos instalados en privilegios inasumibles. Para colmo desprecian la profesionalidad, el talento y la independencia de los demás. Viven en una realidad virtual, donde el sectarismo diluye sus incapacidades. En absoluto son propensos a externalizar la brecha que cada día se abre entre ellos y la sociedad a la que dicen representar. El debate certero y honesto de sus integrantes, no tiene cabida en la estructura de partidos, que auspician las listas cerradas, para facilitar de esa forma el control absoluto del aparato.

Tampoco han estado a la altura de su representación institucional, como interlocutores sociales y valedores del llamado diálogo social, los sindicatos y la patronal. Los primeros, profesionales de la subvención, núcleo gordiano de su existencia y profesionales del conflicto, que no de sus respectivas profesiones. Con reivindicaciones más cercanas a la Edad Media que a la época actual, defienden sus prebendas por encima de todo, haciendo caso omiso a la teoría y derecho de la representación. Se deben a sus representados y ni su aptitud, ni su actitud va encaminada en esa dirección. La patronal le va a la zaga, con los ojos puestos permanentemente en los círculos de poder, en los boletines oficiales, porque también se han convertido en auténticos maestros en el arte de ser subvencionados y vivir a costa de los PGE. Existe una desconexión sideral entre sus objetivos cuasi políticos y los que los empresarios, a los que teóricamente representan, tienen todos los días para enfrentarse a sus negocios. Si no, es inexplicable el poco interés mostrado por la reforma laboral, en lo concerniente a su punto neurálgico, origen de todos nuestros males, los convenios colectivos tal y como estaban dispuestos hasta ahora.

La reforma determina la prevalencia del convenio de empresa sobre cualquier otro. Esa reforma posibilita ajustar la productividad del factor trabajo a la realidad de cada empresa, lo que permitirá ganar en competitividad a nuestras empresas. Esto es lo único que en el futuro nos sacará de la crisis de empleo que padecemos desde época inmemorial. Podríamos seguir hablando de nuestros males. Solo un apéndice en la educación.

El informe PISA es definitivo. Pero un dato más preocupante y que desmorona el fundamento sindical y de las CC.AA en apoyo del gasto educativo, impidiendo cualquier reforma, es el del coste por alumno, que en España es superior al finlandés, número uno del ranking. Disponemos de un sistema educativo falto de vigor, mérito y disciplina. La sociedad sigue sin valorar la inteligencia y el esfuerzo, como el modo de hacer un país respetable desde fuera y respetado desde dentro. En fin, ese es el diagnóstico. Esa es España o lo que queda de ella. Un país financieramente quebrado, débil económicamente, anestesiado culturalmente y en lo político, descifrando por muchos de los que lo conforman, el jeroglífico de su identidad. Todos hemos contribuidos a hacer de España un país ingobernable e insostenible estructuralmente hablando. La condición de hortera espero que solo sea coyuntural. Después de Londres, que vuelva a reinar el buen gusto.

La insostenibilidad y la ingobernabilidad del Estado, son inherentes al modelo autonómico. Tuvo una concepción errónea. Su regulación abierta, con la intención de ir modelándolo con el paso del tiempo y acomodarlo a las circunstancias de cada momento, ha sido su gran error de diseño. Debió implantarse un modelo cerrado y con un claro reparto competencial, sobre la base de considerar la Administración General del Estado, la detentadora en última instancia del interés general de todos los españoles. En suma, el constituyente debió regularlo de tal forma, que imbuyera de un claro espíritu informador, que imposibilitara en cualquier caso, sorpresas futuras de pronunciamientos inconvenientes, para la construcción del Estado y su gobernabilidad por el Tribunal Constitucional.

Menos mal que los españoles se han dado cuenta, de que uno de los principales problemas, es la concepción actual del Estado de las Autonomías. La opinión pública comienza a reaccionar y a exigir su reconducción por la senda de la racionalidad. No se pretende su desaparición, pero sí ser reformado desde sus cimientos. No puede ser que la retahíla de competencias asumidas por las autonomías, supongan una situación de confusión y de duplicidad competencial con las otras dos administraciones territoriales, la del Estado y la local.

Precisamente, esa huida hacia adelante, reivindicando competencias y asumiéndolas aún sin tener capacidad financiera para ello, lleva parejo el aumento desmesurado y sin control de la clase política y el fomento por ésta, dentro de sus territorios de empresas públicas y demás entes, fundaciones y organismos de toda índole y naturaleza jurídica, para dar cobertura a amiguetes, parentelas demás compromisos adquiridos.

Los derroteros tomados por las cajas de ahorros, desde que las autonomías introdujeron sus tentáculos, y los políticos, sindicalistas y representantes patronales, tomaron asientos en sus órganos de poder, es el no va más del desaguisado y del desastre al que ahora nos enfrentamos. El agujero de nuestro sistema financiero, fundamentalmente debido a la nefasta gestión de las cajas de ahorro en las últimas décadas, es el exponente de un país decadente, donde lo público no es respetado, porque dicen algunos que no es de nadie. Eso es lo que decía una insigne ministra socialista. Sí hacemos prácticamente lo contrario de lo que hemos venido haciendo últimamente, esto todavía tiene solución.