Una mujer prepara comida en un campamento de refugiados en el Alto Nilo. A la derecha, un niño desnutrido. :: REUTERS
MUNDO

Un año de desamor

El primer aniversario de la segregación revela los graves problemas políticos y económicos que sufren Sudán y Sudán del Sur

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Lo suyo se acabó. Sudán y Sudán del Sur sellaron sus diferencias, siempre abismales, con un divorcio pactado y el segundo proclamó su independencia el 9 de julio de 2011. Ninguno de los dos Estados se ha arrepentido de un año sin amor, porque entre ambos solo hubo dos décadas de opresión y violencia, pero el balance no puede ser más penoso. Quizás porque no se pararon a pensar en lo que sucedería, perderían y sufrirían por no cumplir ni siquiera sus acuerdos. La historia que culmina en este triste aniversario suena a bolero cruel, pero el balance no remite a sentimientos frustrados, sino a la tragedia de la población ubicada a uno y otro lado de la frontera.

No ha habido olvido ni tampoco reconciliación. La animosidad entre las dos repúblicas ha crecido en paralelo al descontento interno. La meridional ha debido enfrentarse a la proliferación de grupos armados, surgidos bajo el argumento de la corrupción y el nepotismo del nuevo Gobierno, aunque esta eclosión también se explica por las supuestas diferencias en el reparto del botín entre los antiguos guerrilleros. Tan solo dos meses después de su nacimiento formal, Sudán del Sur asistía a la constitución del National Democratic Front, un movimiento que apelaba a la inseguridad existente para acrecentarla con sus acciones armadas. Actualmente, al menos siete milicias combaten al Ejército y la inestabilidad se extiende a 9 de sus 10 provincias.

La situación bélica resulta aún más compleja en Sudán. La división se llevó a cabo sin cumplir cuestiones esenciales del tratado de paz como los referendos de autodeterminación en las provincias de Kordofán del Sur y Nilo Azul, habitados por etnias de piel tan oscura como las que han conseguido su propio Gobierno. El régimen de Omar al-Bashir prefirió obviar este requerimiento, convencido de que una victoria de los segregacionistas privaría al país de sus yacimientos petrolíferos e hidroeléctricos. El resultado ha sido la sublevación local. Unas 170.000 personas ya han buscado refugio en el sur, según cálculos de la ONU, y el número no deja de incrementarse.

Pero ni la guerra en el sur ni el conflicto enquistado en la región de Darfur han sido los detonantes del descontento popular en Sudán. La 'primavera árabe' puede llegar a Jartum en pleno estío por razones económicas. El 'boom' sustentado en la venta de crudo se ha desinflado tras perder el control del 75% de los pozos. Las restricciones presupuestarias derivadas de tal merma han provocado el fin de las subvenciones y disparado los precios.

Las protestas de las últimas semanas por el aumento del coste de la vida han sido utilizadas por la oposición para pedir un régimen plural. Una hoja de ruta fue aprobada el miércoles por todos sus representantes, incluidos los principales partidos, el Umma, de Al-Sadig al-Mahdi, y el Congreso Popular, de Hassan al-Turabi, dos líderes con dudosas credenciales democráticas. Cuando uno y otro asumieron cargos en la Administración revelaron similar talante represivo y parecido entusiasmo en la aplicación de la 'sharia'.

Escasos servicios públicos

En cualquier caso, el presidente Al-Bashir no se puede permitir maniobras alrededor de su poltrona. La Haya ha dictado órdenes de captura para él y sus allegados por los crímenes de lesa humanidad llevados a cabo en Darfur, una iniciativa ante la que el dictador ha respondido con campañas de victimismo y nacionalismo antioccidental que, posiblemente, no puedan competir con la ira producida por la subida del precio de la gasolina.

La ética tampoco supone el mayor activo de la clase política sursudanesa. El GoSS, acrónimo de la nueva Administración, es interpretado como 'Government of self service', es decir, Ejecutivo de sírvase usted mismo, y no se trata de una broma ajena a la realidad. El propio presidente Salva Kiir ha confesado que las arcas públicas están vacías y, sin rubor alguno, ha acusado a 75 altos funcionarios de hacerse con 3.200 millones de euros. La oposición replica que el mandatario predica con el ejemplo y cuenta con un par de lujosas residencias en la vecina Kenia.

La rapiña se beneficia de la falta de una ciudadanía militante. La libertad ha demostrado que la ligazón fundamental de las 78 tribus que componen Sudán del Sur era la defensa ante la rapacidad del régimen anterior. Sin esa razón de ser, ha aflorado la naturaleza tradicional de pueblos fundamentalmente ganaderos que compiten brutalmente por pastos y abrevaderos. Las matanzas intertribales han jalonado el primer año de existencia de un Estado carente de mínimas infraestructuras y en el que los escasos servicios públicos se mantienen por la cooperación exterior.

La relación entre Jartum, la antigua potencia, y Juba, la capital del nuevo país, se ha deteriorado en los últimos meses y el crudo, una vez más, ha impregnado el desencuentro. Además de la pugna por la propiedad de los campos de Abyei o Heglig, la disputa se ha centrado en las tasas que los productores han de abonar al norte por el uso de los oleoductos que lo conducen hasta el mar Rojo. El Gobierno de Al-Bashir las elevó de tal manera que sus clientes forzosos optaron por paralizar las explotaciones.

La magnitud del desastre se evidencia en el hecho de que este comercio proporciona el 98% de los ingresos nacionales. La esperanza de progreso y paz es una flor rara y frágil allí donde el Nilo es aún denominado blanco. «Una vez nos hicimos con el poder, olvidamos por lo que habíamos luchado y comenzamos a enriquecernos a expensas de nuestro pueblo», dice la carta de Salva Kiir en la que revelaba el expolio. Tal vez, este insólito 'mea culpa' constituya una segunda oportunidad para el país más joven del mundo y uno de los más míseros del planeta.