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Buscavidas

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Es sábado. Aunque podría ser jueves, martes o domingo. A Esteban poco le importa. La mañana se presenta igual que la anterior. O que la siguiente. Cuesta arriba, pesada, desesperanzadora. Son las ocho de la mañana y con 33 años apoya su preocupación en la barra de la cafetería del barrio que le vio nacer en El Puerto. Allí, entre tragaperras y números de lotería, comparte bromas con sus compañeros de lamentos. Apura el último sorbo de un cortado mientras piensa si hoy podrá llevar algo de comer a casa. Allí le esperan su mujer y sus dos hijos. El más pequeño de 3 años nunca lo ha visto con el mono de albañil que antes se ponía cada madrugada para ir a la obra. La niña, de cinco, le vio llorar aquella tarde en la que le tuvo que contar a Loli que ya no volvería más a cobrar. Que en el andamio eran ya demasiados y que la cosa «estaba muy mala». Tocaba buscarse la vida.

Primero llegaron los 'chapús'. Daba para apurar el mes. Pero poco a poco fueron a menos. Las casas no se vendían y pocos pagaban por su trabajo. Ahora, sobrevive por el barrio vendiendo cinco ajos a un euro, coquinas -cogidas 'de aquella manera'- a lo que se tercie, y fruta a lo que le dejen. Porque como Esteban hay muchos más. Les llaman economía sumergida. Él no lo sabe. En el barrio siempre se ha llamado buscavidas.

Alberto es licenciado en Derecho. Tiene 33 años y un máster en comercio exterior, experiencia en dos despachos y habla inglés perfectamente ( sus padres le mandaron un año a Inglaterra). Es sábado pero podría ser jueves, martes o domingo. Poco importa. Cada mañana abre el correo electrónico para darse de bruces con la realidad: ninguna oferta de trabajo. Tras tres años de cursos y de darle muchas vueltas a la cabeza, en un mes se marchará a Brasil con la esperanza de, al menos, haberlo intentado.

El drama del paro tiene nombre y apellidos aunque muchos solo quieran verlo en números (se sobrelleva mejor). Y no distingue. Da igual si eres licenciado, diplomado, tienes graduado o has puesto ladrillos casi desde que naciste. Estas son dos historias verídicas. Sacadas de la calle, donde sí se siente miedo pero donde nunca se deja de luchar. Toca buscarse la vida.