MUNDO

HABITACIÓN DEL PÁNICO

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El régimen calcula sus fuerzas. Quiere saber cuántas veces pueden los Hermanos Musulmanes llenar Tahrir. Los militares ya no protegen el escrutinio sino la pervivencia de sus intereses. Dependen de Washington, que contribuye con miles de millones al sostenimiento y buena vida de las fuerzas armadas. Los propósitos de Obama viajan a la velocidad de la luz, y del «os queremos oír», después del primer vagido revolucionario, se ha pasado a la «preocupación» por los últimos sucesos. La tardanza de los resultados apunta a un póquer cubierto. Y «los votos están siendo negociados, no contados», sugiere 'The Times'. El Ejército admite cualquier amo que posea las llaves de la caja fuerte y mantenga vivas sus cuentas corrientes.

Decenas de miles de manifestantes siguen denunciando el golpe. Hasta ahora, los Hermanos Musulmanes insistían en que su candidato, Mohamed Mursi, había ganado, y desde ayer, se sabe lo que piensa su rival: Ahmed Shafiq, antiguo general de Mubarak, manifiesta su confianza en ser declarado vencedor. Establecida la discusión en estos términos, el propio Ejército abomina de que unos y otros se atribuyan la victoria y anuncia que promulgará un decreto por el que quedan disminuidos los poderes presidenciales. Uno para el sultán y todo para mí. Lo que significa muerte a la democracia y prolongación del mandato militar. También declaró que la gente es libre de protestar siempre que no entorpezca la vida cotidiana. ¡Alá nos libre!

Han regresado a Tahrir las canciones guerra y bajo un calor infernal se grita como antaño «abajo el Gobierno militar». Mazhar Shahin, predicador de la revolución, va más lejos y anima a la confrontación, en caso de que «se perciba el fraude». El país muere exhausto, maltratado por las turbulencias políticas, el desastre económico y la inseguridad. Muere también de aburrimiento. El régimen busca a uno de los suyos y acaricia, en el fondo, las opciones de Shafiq. El viejo roquero dispuesto a mantener el islamismo a raya como su predecesor. ¡Que bien suena! Evitar con su espada flamígera que coarte la libertad personal, imponga la sharia y prohiba el jamón y el vino. Hay clientes. Los Hermanos charlan sobre la crisis con la sociedad civil. Habían perdido su apoyo por la sospecha de que aspiraran a apropiarse del Estado, pero el Ejército ayuda a la cohesión. «La gente eligió un Parlamento, que han tirado al cubo de la basura. Necesitamos que el Ejército se entregue», afirman todos.

Mubarak está consciente y estable. Muere y resucita para distraer. Consigna de primavera: cuando la presión popular arrecia, el consejo militar retrocede, y cuando la gente se hace a un lado, el Ejército avanza y empuja a los manifestantes a la fosa común, se escribía de las mareas revolucionarias que doblegaron al régimen. La grandeza de esta revolución es su mayor incertidumbre. El elemento religioso no fue el detonante ni siquiera su mayor inspirador. No hubo ayatolá que secuestrara el poder. Fue la hecatombe humana junto a la depredación del régimen la que sacó a la gente a la calle. Ahora, el agotamiento y la misma miseria pueden desalojar Tahrir, con un empujoncito de los tanques. Si así fuera, la revolución acabaría en guerra civil. Se discute sobre Siria en la habitación del pánico.