Sociedad

FRAY JUNÍPERO

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Fray Junípero Serra llegó a Cádiz en la primavera del 1749. No tenía más remedio, pues el empeño propio de cíclopes y titanes que había decidido acometer, pese a su menudo porte de acebuche mallorquín, debía forzosamente organizarse desde aquí. Cádiz, como debiera acontecer ahora, ejercía de base logística e impulsora insoslayable de todas las epopeyas americanas; apostólicas, comerciales, científicas o mixtas. Desde 1717 hasta 1798, no podía pensarse, ni soñarse siquiera, arrostrar la aventura de viajar a la Nueva España, sin contar con Cádiz, un emporio comercial. El frailecillo portentoso estuvo por aquí varios meses, viviendo en el Convento de San Francisco, organizando la travesía, que duró 99 días, hasta Veracruz, la sucursal de Cádiz en la otra orilla océana. Esta prerrogativa de ser plataforma lógica y logística indispensable, siempre le perteneció a Cádiz por derecho propio, desde el año 1000 a.C., considerada desde entonces el 'Axis Mundi'.

Al contemplar la estatua de Fray Junípero erigida en sitial preferente en el National Statuary Hall del Capitolio de Washington, honrado como 'Pater Patriae', siente uno el deseo de inmolarse en el combate de las grandes causas. Desde 1749 hasta su muerte en 1784, este franciscanito, doctor en filosofía y teología, fundó un concienzudo entramado de ciudades, nacidas al rescoldo espiritual y el cobijo periurbano de sus Misiones, que hoy vertebran el portento socioeconómico de California, plagada por ello de topónimos españoles. Resulta gratificante recorrerlas, todas ceremonialmente conservadas, convertidas en orgullosos monumentos votivos del agradecimiento de una gran Nación.

Vistos con los ojos de hoy este multidimensional cúmulo de aciagos esfuerzos, cuesta trabajo no sentir vergüenza, al contemplar el hecho lacerante que supone el que hayamos asfixiado el sentido magnífico de la epopeya, don carismático del alma corajuda española. Nos hemos convertido en un guiñapo épico, en un gelatinoso conglomerado de egoísmos rupestres. Dejamos que la greña, la insidia, la envidia y el encono; la abulia petrificante y el nihilismo nostálgico, aniden en nuestra portentosa alma nacional, permitiendo que las circunstancias adversas nos zarandeen como a un pelele sin espinazo. Hemos ahogado al orgullo y la pasión, al hechizo creativo emocionante, en una palangana de impúdico metacrilato, sin darnos cuenta que su transparencia desvela toda nuestra mediocridad de palurdos egolátricos. Toda nuestra discapacidad mórbida de retomar el camino de la gallarda honra, trazado y asfaltado durante muchos siglos por grandes prohombres españoles.

Es el momento de arrostrar la gran epopeya emocionante de la regeneración democrática integral, evitando así que Europa pierda definitivamente la hegemonía espiritual del universo. Convertida en una zarandaja sin carácter, en un bosque económico sin fronda ética, con el honor acorralado por la corrupción y la incompetencia en la gestión de la Cosa Pública, por el lamento de los menesterosos atribulados, ¡qué poco importa que se salve el euro!