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Botella o manzana

Algo de grandeza tiene que quedarle a un país deprimido cuando es capaz de preocuparse por un letrero de neón

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Algo de grandeza tiene que quedarle a un país deprimido cuando es capaz de preocuparse por un letrero de neón. En Madrid se discute ahora sobre la desaparición o la recuperación del luminoso de Tío Pepe, puesto en su día en la azotea de un edificio de la Puerta del Sol hasta que las obras de restauración del bloque obligaron a retirarlo de forma provisional. Esto ocurrió hace tres o cuatro años y ahora, con el edificio ya en condiciones, habría sido el momento de devolver el letrero a su sitio si no fuera porque Apple, que ha adquirido la planta baja para instalar una de sus tiendas, se niega a hacerlo. La marca futurista de la manzana no quiere ver contaminado su mensaje de candor edénico por el tufo de una bebida alcohólica que además evoca lo más rancio y castizo del pasado local. El llorado Luis Carandell disfrutaría con la escena de Celtiberia Show montada entre partidarios y detractores del viejo icono, los unos aferrados a esos universales de la nostalgia que ennoblecen cualquier cosa que huela a infancia, y los otros sumidos en la errónea creencia de que se trata de un símbolo de la era franquista. No lo es. Hoy sabemos que fue colocado en tiempos de la República, si bien luego encajaría a la perfección en la estética de la dictadura hasta llegar indemne a la Transición y allí encontrarse con dos buenos amigos como Aguirre y Ruiz-Gallardón que hicieron de él su particular toro de Osborne, otro que tal baila.

Mientras las ordenanzas contra la contaminación lumínica imponían su rigor en lo alto de las fachadas de la Villa y Corte, el rótulo de Tío Pepe era indultado para perpetuar desde las alturas su gesto fachendoso, a medias entre el desafío al buen gusto y la invitación a la juerga popular. El kitsch nacional siempre ha mostrado una especial inclinación hacia la botellería. Uno ha visto botellas con forma de castañuela, de bandurria, de morcilla, de escudo preconstitucional, de sota de oros, de imagen de la virgen, de garrota, de paleta de jamón, de plátano y de baturro, decoradas a veces con motivos inverosímiles, y en todas ellas se apreciaba la huella de algún creador orgulloso de sus orígenes. La botella de Tío Pepe vestida de flamenco parecía que de un momento a otro iba a bajar a la plaza para arrancarse a bulerías a la sombra del oso y el madroño, o para firmar alguna página gloriosa de la tauromaquia en el kilómetro cero. Pero la manzana mordida de Apple tampoco es del todo inocente, porque bajo su apariencia aséptica esconde una carga de significados considerable, desde el capitalismo multinacional hasta la secta de los usuarios leales sin límite, de manera que no conviene simplificar diciendo que estamos ante otra edición de la secular disputa entre antiguos y modernos. Lo único cierto es que los símbolos comerciales llevan camino de alcanzar la categoría de BIC. Alguien dirá, y quizá no le falte razón, que tenemos los monumentos que nos merecemos.