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Los miserables

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Levantó la tapa del contenedor pisando el pedal ergonómico no apto para los ancianos del barrio. Con sus manos sucias y asquerosas apartó varias bolsas de basura que le impedían coger un trozo de hierro que habría pertenecido a una tabla de planchar de algún vecino. Buena presa, aunque incómoda de transportar en su carrito de supermercado reutilizado como transportín de la chatarra arrojada a las calles de Cádiz. Cádiz, como la plata. Así, llevaba los últimos meses recorriendo la ciudad. Es rumana o búlgara o española. Es gitana y nómada y miserable.

Los vemos deambulando por nuestras calles con sus carritos de supermercado o cochecitos de bebé, cualquier cosa es buena para transportar incómodamente la chatarra que buscan y encuentran en los contenedores de basura de la puerta de nuestras casas. No les prestamos atención. Miramos para otro lado. Ya nos hemos habituado a su presencia. Están pero no les vemos, no queremos. Los queremos invisibles. Como zombies urbanos.

Pero aunque no queramos verlos y todos y cada uno de ellos nos sean indiferentes, sí están presentes en nuestras aceras y cruzando por los pasos de cebra. Ya son parte de nuestro paisaje urbano. Ellos, con su presencia invisible, nos retratan a nosotros mismos y a nuestras conciencias. Este es el futuro moderno y desarrollado del hombre europeo y occidental que tantas guerras y revoluciones nos había costado alcanzar: gitanos con zapatillas cochambrosas y las manos sucias rebuscando en nuestra moderna basura de consumidor de grandes almacenes.

No tienen quién les cante pasodobles, ni asociación que les preste algo de auxilio y atención. Son las sobras de nuestra sociedad, unos parias sin procedencia y sin Estado que les ampare. Personas sin ciudadanía se encuentren donde se encuentren.

Por la noche cerró los ojos y se apretó a sus dos hijos. Hacía calor y había estrellas en el cielo. El aire era húmedo y la ropa le apestaba. Le dolían los pies y unos cortes en las manos pero estaba contenta. Hoy, había encontrado un cochecito de juguete que había hecho disfrutar a sus hijos. Mañana, seguirían jugando mientras ella salía sola a buscar chatarra. En poco tiempo, ellos la ayudarían y entregarían más mercancía al chatarrero. Así, la estirpe de los miserables continuaría presente en nuestras sociedades.