Piqué y Balotelli quedan tendidos en el suelo tras pugnar por un balón en el partido de ayer. :: OLIVER WEIKEN / EFE
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ENSEÑANZAS

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Pocas varas de medir hay tan exactas en el fútbol como Italia, cuatro veces campeona del mundo y ejemplo canónico de resistencia a la derrota y maquiavelismo. No es extraño que el partido fundacional de esta nueva España, convertida en la selección más admirada del planeta, fuese aquel de la pasada Eurocopa ante la escuadra 'azzurra' que el equipo entonces de Luis Aragonés acabó ganando en la tanda de penaltis. Con un último lanzamiento de Cesc, por cierto, que también marcó ayer. Aquel día no solo se superó una frontera maldita -la de los cuartos de final- sino que se logró ante el rival competitivo por antonomasia. Cuatro años después, la Eurocopa volvió a enfrentar a españoles e italianos. Fue un pulso emocionante el de ayer en Gdansk, donde se firmó un empate que los dos equipos, claros favoritos del grupo C, aceptaron sin grandes traumas. Eso sí, para la selección española, que no gana a los 'azzurros' en competición oficial desde que Mussolini creó los 'Fasci de Combattimento' -o por ahí- el 1-1 resultó más frustrante. Es lo natural. Para eso es la campeona de Europa y del mundo.

A 'La Roja' le perjudicó ayer el césped, demasiado seco y lento. Los jugadores no dejaron de insistir en ello en la zona mixta y la RFEF se unió a su malestar públicamente. Fue la suya una protesta colectiva que, más que como justificación, hay que interpretar como aviso a los organizadores de la Euro 2012. ¡Esas mangueras, oiga! Pero a España también le perjudicaron cuestiones de índole estrictamente futbolística: algunos desajustes flagrantes a cuenta del falso 9 durante toda la primera parte, la ausencia de dos laterales que abrieran el campo, la falta de puntería de Torres en el último tramo del partido y, sobre todo, el buen trabajo de Italia, que ofreció una imagen más que potable.

La impresión es que Prandelli está construyendo un equipo importante. Ayer, con De Rossi en el centro de la defensa, Italia leyó el partido con mucha inteligencia ante un rival que provoca el pánico -o algo parecido- a casi todos sus rivales. No fue el caso de la 'azzurra', que se replegó cuando lo necesitó, tocó con calidad y criterio en varias fases del choque, siempre alrededor de Pirlo y también del gran Cassano, al que el fuelle le duró una horita, presionó donde le convino y nunca dejó de mirar a Casillas. Marchisio, de hecho, tuvo cerca el 2-1 a pocos minutos del final. No es que los trasalpinos jugaran a España de tú a tú, porque a campo abierto, como se vio en el último cuarto de hora, estaban condenados a la guillotina. Pero les faltó poco para hacerlo. En la primera parte, de hecho, sus ocasiones fueron más claras que las de España. Italia, en fin, fue un oponente digno, sabio y bastante más valiente de lo que ha sido históricamente su selección, que siempre ha necesitado muy poco para sacar la calculadora, el minutero y si se tercia, como se ha terciado tantas veces, la guadaña.

Desde la perspectiva de España, el partido deja buenas enseñanzas a pesar del empate, que siempre supone un toque de atención para una campeona del mundo. Es lo bueno de debutar ante una selección seria y aristocrática como Italia y no hacerlo frente a una advenediza sin historia con la que no aprendes nada y solo te llevas un susto del demonio, como sucedió en el Mundial de Sudáfrica con Suiza. En el caso de 'La Roja', donde el estado de forma de Iniesta invita al optimismo, el objetivo está claro. Si en esta Eurocopa quiere seguir jugando una hora larga sin un delantero centro específico y aprovechar a Fernando Torres en los últimos veinte minutos, cuando pueda haber más espacios, España debe ser más dinámica y tener una mayor profundidad por las bandas. Necesita estirar y anchar los campos, ya sean secos, mojados o estén en barbecho. Es así como su juego se hace letal y se anula el riesgo de abocarse a la genialidad de alguno de sus artistas o de caer en la retórica.