NADANDO CON CHOCOS

JUAN LUIS O EL ARTE DE EXISTIR

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Si este mundo se midiera por otros raseros que no fueran los goles y el diferencial con el bono alemán, entre los géneros del arte, además de la pintura, la música, la literatura y otras puñetitas varias, que diría Montero Glez, constaría oficialmente el arte de existir. El asunto tendría un ministerio propio, Ministerio de la Vida, y estaría dividido en dos secretarías de Estado, una por cada gran área: saber pasarlo bien y saber pasarlo mal. Y en algún pasillo habría un busto de Juan Luis el de Tarifa.

El andamiaje de la existencia de uno se sostiene sobre una estructura desordenada de sonrisas con besos, caricias, apretones de manos, abrazos con palmetazos en la espalda y demás artillería cinco jotas, cuchareo del alma y existencia para untar pan, que diría Pepe Monforte. El déficit de tristeza de estos 34 años tiene grandes patrocinadores, más o menos recurrentes, pero en los anales de la risa quedarán para siempre cuatro o cinco ratos con Juan Luis Muñoz, criador de cochinos y de calambres en la barriga, contador hasta esta semana de historias maravillosas. Queda para esa sala de honor el día en el que, después de un tiempo desaparecido pegó uno de sus 'timbrazos'. Había tenido «una neumonía de oferta». Ya sabes, «las cosas de la política». Juan Luis hizo la mejor pregunta a un periodista tras una entrevista de tres horas en Chiclana con dos o tres limetas de por medio: «Niño, tú qué eres ¿del periódico o del Archivo de Indias?». Años antes había pronunciado en el aula magna de la Universidad de Navarra y ante la plana mayor del Opus Dei su discurso sobre las bodas de Caná, con ese San José en plena resaca tirado sobre un burro y aquel día provocó, pese a lo delicado del auditorio, la tercera guerra mundial de la risa. Gracias por todo, sabio.