Tribuna

El oftalmólogo miope

Está claro que el presidente Bashar el Assad ya no puede garantizar la seguridad de los ciudadanos sirios y que es parte del problema, no la solución

ANALISTA POLÍTICO Actualizado: Guardar
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Siria es tierra bíblica. San Pablo vio la luz de Cristo cuando viajaba a Damasco. En el centro de la ciudad los mercaderes muestran sus preciosas alfombras en el mercadillo, entre las columnas construidas por los romanos, mientras que la gente habla en arameo, la lengua de Jesús. Ahora hace falta un milagro moderno para evitar que el país se desangre en una guerra civil. En las últimas semanas, el presidente Bashar el Assad ha empleado métodos cada vez más brutales para reprimir a la oposición y aferrarse al poder.

El régimen de Assad está marcado por la paradoja. Se trata de uno de los dirigentes más jóvenes en la región y debería ser uno de los gobernantes más modernos y reformistas en el mundo árabe. El joven Bashar no quería involucrarse en política y no esperaba convertirse en el líder de su país hasta que su hermano mayor murió en un accidente de coche. En ese momento, estaba realizando prácticas para ser oftalmólogo en una clínica de Londres, y muchos esperaban que el médico de 34 años tuviera una visión nueva, progresista y moderna del futuro de su país.

Pero no fue así. A pesar de insinuaciones y promesas ha habido pocas reformas desde que Assad llegó al poder en el 2000. La vida cotidiana en el país está estrechamente bajo control y se trata a los extranjeros con mucho recelo. Hace unos años me reuní con un diplomático británico en un hotel de Damasco y la presencia de los servicios de seguridad fue evidente. La visita a Siria fue una experiencia única, pero me recordó tanto a la época de la Stasi durante la guerra fría como a la bíblica a en tiempos de los romanos.

Esto conduce a una segunda paradoja. La 'primavera árabe' ha afectado a varios países de la región, de Libia a Yemen. El 2011 fue un año de cambios profundos en toda la zona, pero no en Siria. El régimen de Assad se ha limitado a responder a la presión interna para introducir reformas con más muertes y con más tortura. Cuando el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una declaración sobre Siria en agosto de 2011 se estimaba que alrededor de 1.000 manifestantes habían sido asesinados. Cuando otro borrador fue discutido en la ONU en octubre se calculaba que alrededor de 3.000 personas habían muerto. Y durante el debate del Consejo de Seguridad hace unas pocas semanas se dijo que cerca de 6.000 personas habían perecido, incluidos unos 400 niños.

El régimen de Assad asegura que la oposición está provocando la violencia o, más bien, grupos de la oposición porque Siria está compuesta por diferentes facciones culturales y la religiosas. El presidente sirio es el jefe del secular partido Baas y de la minoría musulmana alauí. Los miembros de esta secta, que se separó de Islam ortodoxo hace más de 1.000 años, son una pequeña minoría -alrededor del 10%- en un país donde la mayoría es musulmana suní. Entre los suníes se impone la moderación, pero no en todos: en una reciente emisión escalofriante un clérigo radical afirmó que «los alauíes que luchan contra nosotros se van a convertir en carne picada con la que alimentar a los perros». No sorprende que los miembros de un grupo que vive en distritos dominados por otro estén huyendo de sus hogares. Es un escenario que recuerda a los Balcanes.

El Gobierno de Assad afirma que sin un control firme, el país caería en la guerra civil. Solo se necesita una mirada al mapa, con el Líbano a un lado e Irak al otro, para prever lo que podría suceder en Siria. Sin embargo, el cambio vendrá y la única pregunta es si la transición se convertirá en una espiral de violencia o si se puede hacer con la menor turbulencia posible. La sugerencia de las Naciones Unidas -sobre la base de un plan de la Liga Árabe- es que Assad renuncie al poder en favor de su vicepresidente. La esperanza es que, bajo ese supuesto, sería posible formar un Gobierno de unidad nacional que comenzara a reformar el sistema político y hacerlo más representativo para todos los sirios. No está nada claro si ese plan podría tener éxito. Disfruta del apoyo de otros Estados árabes y potencias occidentales como Estados Unidos pero también de un contundente rechazo en Moscú y Beijing, que siguen apoyando el actual estatus.

Los recientes combates en Libia entre los grupos previamente unidos en su oposición al coronel Gadafi demuestra que es más fácil quitar a un dictador que establecer después un Gobierno estable. En la actualidad, Siria está estancada en la miseria con una oposición demasiado débil para desbancar al Gobierno y un Gobierno sin fuerzas para imponerse. Lo que sí está claro es que Assad ya no puede garantizar la seguridad de los ciudadanos y que es parte del problema, no la solución. Solo la miopía política de este oftalmólogo le impide ver lo que es evidente para todo el mundo.