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Su último rugido

Humberto Janeiro, ex Tigre de Ambiciones, amenaza con publicar en breve un explosivo libro de memorias

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Ni las de Arantxa Sánchez Vicario ni las de Isabel Sartorius. Para autobiografía demoledora, la de Humberto Janeiro. El libro no ha visto aún la luz (tal vez no la vea nunca), pero su protagonista ya ha empezado a promocionarlo por su cuenta. Con una pícara sonrisa que rasga de parte a parte su oronda cara de luna llena, el padre de Jesulín ha advertido esta semana que está escribiendo (perdón, dictando) unas memorias para recuperar, según dice, «mi sitio en el mundo». Lo cual, traducido al lenguaje coloquial de los Janeiro vendría a querer decir: «Voy a largarlo todo y 'sus' vais a enterar».

Humberto fue el hombre que pudo reinar en Ambiciones y que por su mala cabeza acabó desterrado de ese pseudoparaíso gaditano (mausoleo del kitsch taurino, santuario de la cornamenta), y eso es algo que él no está dispuesto a olvidar. Ni a perdonar. Convertido ahora en el gran 'dictador' de sus propios recuerdos, el padre de Jesús Janeiro tiene asegurado un asiento al menos en un par de acalorados platós e incluso podría beneficiarse de la publicación en cómodos fascículos a todo color de su autobiografía, si no fuera porque el desmemoriado ex Tigre de Ambiciones ya le contó su vida y milagros en 2004 a la periodista Pepa Jiménez, y ésta fue desgranándola en varios capítulos en la revista Sorpresa, un documento impagable que ahora recoge, también por entregas, la web Exclusiva Digital.

Habrá que ver hasta qué punto se mantiene fiel a su propia peripecia este hombre de credibilidad tan mermada. Las memorias que ahora anuncia suenan sobre todo a venganza y como la venganza es un plato que se sirve frío, Humberto no parece tener prisa. Mientras se va cocinando el libro, él se entretiene con los pinceles. Porque el padre de Jesulín ahora (menos en su antigua casa) pinta. Y mucho. «Son cuadros que le van a llegar a la gente», asegura. Incluso dice inspirarse en el impresionismo (si Monet y Manet levantaran la cabeza...) De Humberto Janeiro sin embargo no existe un retrato fiable. Él, según él, no es «en absoluto» como lo suelen pintar (mayormente, un caradura).

De hacer caso a su imperfecta memoria histórica, Humberto nació en la Plaza de la Verdura del pueblo de Ubrique, en 1943 (1940, según otras versiones), hijo de Humberto Janeiro Rubiales y de Francisca López Capote (apellido premonitorio donde los haya). Haber aterrizado en el mundo un 1 de noviembre fue, a juicio de este hombre, como tener «a todos los santos de cara». Pero su buena estrella duró poco. Exactamente hasta que se estrelló, a los nueve años, contra el suelo al caer desde una roca, lo cual le produjo esa lesión de cadera que le ha dejado cojo de por vida. Eso sí, emprendedor ha sido un rato. Empezó de aprendiz de repujados de piel en la fábrica de su tío y al poco puso un taller de policromados. Luego se fue a Suiza a trabajar el hilo de nylon, a su vuelta creó una empresa de metacrilato... Hasta que probó las mieles de medrar a la sombra de su hijo torero como apoderado plenipotenciario... Y el hombre se relajó. Por lo que sabemos, demasiado.

Esposa y dos amantes

Padre de cuatro hijos, todos ellos famosos, Humberto se separó en 2002 de Carmen Bazán tras un mediático festival de cuernos que puso al descubierto la infidelidad compulsiva del patriarca de Ambiciones, así como su asombroso poder de seducción (tenía dos amantes, Camila y Angelita, pugnando por él); algo increíble en un hombre que nunca fue Robert Redford. Aquello marcó su declive. Y fue rodando cuesta abajo, con visitas a los juzgados y venta de exclusivas cada vez más chuscas, hasta que un infarto y una enfermedad presuntamente terminal lo redimieron a ojos de su familia. Hoy, milagrosamente recuperado y renacido de sus cenizas cual ave Fénix (o gato Félix, como diría en dos palabras Jesulín) el otrora Tigre de Ambiciones anuncia que vuelve (si es que alguna vez se fue) para contar su verdad. O mejor dicho, su enésima versión de los turbulentos hechos que han rodeado su vida. Un libro que sin duda será (parafraseando la magnífica autobiografía de Luis Buñuel), su último rugido.