Los participantes, que recibieron el cariño de miles de espectadores, quisieron dar un ambiente festivo con sus disfraces. :: TOSHIFUMI KITAMURA / EFE
Sociedad

¡Corre por el tsunami!

Japón conmemora el primer aniversario del terremoto con un maratón y muestra al mundo cómo ha renacido de sus cenizas

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Lo explicaba bien el mito Haile Gebrselassie, pese a la sorpresa que le supuso la batería de preguntas improvisadas en el ascensor, en el pasillo de su hotel y a las puertas de su habitación: «Esta carrera es muy especial este año. Dentro de dos semanas se cumple un año del terremoto y se nota que Japón tiene muchas esperanzas en ella. Quieren que cure heridas y que la imagen de la ciudad, con miles de personas corriendo, el público gritando y el ambiente tan especial, dé la vuelta al mundo. Por mi parte, espero beneficiarme de esa atmósfera y ganar la prueba», razonaba. El jefe etíope, el hombre que reinventó el atletismo moderno, finalmente no pudo vencer -lo hizo el keniano Michael Kipyego- y terminó cuarto con un tiempo algo superior a las dos horas y siete minutos, lo que le aleja de los Juegos Olímpicos de Londres, su gran objetivo. Con todo, hasta los últimos cuatro kilómetros estuvo a punto de obrar el milagro. A sus 38 años. Durante esa distancia marchó en cabeza de la carrera, jaleado por los aficionados japoneses.

Porque todo el mundo, incluso las autoridades, que reconocían sus preferencias aunque evitaban mostrarlas en público, quería que ganara el popular corredor, que anunció su retirada hace meses para arrepentirse después y que ahora tenía en Tokio una buena oportunidad de recuperar su aureola de hombre récord. La victoria de Gebrselassie habría dado aún más publicidad al maratón, pero, además, los japoneses veían en el atleta a un símbolo. Un hombre que podía renacer de sus cenizas. Como ellos, que escenificaban en el maratón celebrado ayer los grandes esfuerzos por volver a recuperar el terreno perdido. «Es una edición histórica y la gente lo sabe», explicaba en la línea de salida un aficionado de Tokio. «Mucha gente ha querido participar. O bien corriendo o bien animando o como voluntarios. Tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos».

«Tokio os ama»

Corriendo fueron 36.000, animando, con el famoso entusiasmo de los japoneses, más de dos millones, pese al frío y la amenaza de lluvia, y como voluntarios unos 10.000. Cifras acordes a una palpable sensación de grandeza que se respiraba ayer en las calles de la ciudad, engalanada para la ocasión. El maratón es el mayor evento celebrado en suelo japonés desde aquel terremoto de nueve grados del 11 de marzo. Como decía Gerbrselassie, con la carrera, un alarde de sano optimismo, con miles de personas corriendo en un entorno urbano espectacular y en un gran ambiente, se pretendía lanzar un mensaje al mundo por parte de una nación que ha perdido millones de turistas estos meses. Japón se recupera y merece la pena verlo. Visitarlo. Vivirlo. La prueba daba además el pistoletazo de salida a los actos conmemorativos por el primer aniversario del tsunami y, aparte, suponía un examen de la capital japonesa ante su candidatura olímpica.

Puede que por todo ello los directores de los maratones de Nueva York, Londres, Berlín y Boston, los más grandes del mundo junto al de Chicago, se presentaran en Tokio para seguir de cerca el acto. Y que la gente se entregara a la carrera. «¿Vienes desde España? Muchas gracias por estar aquí», decía un corredor en los primeros tramos. Y como él, decenas más, algunos con disfraces de samurai, luchador de sumo o con kimonos. El público, abarrotado en las aceras, jaleaba a cada metro a los participantes, con especial pasión en los últimos kilómetros, y les ofrecía bebida y comida hecha en casa para ellos, como chocolates, dulces o sándwiches. Mostraban sus palmas para chocarlas, cantaban en coro, ponían música en altavoces y levantaban pancartas en japonés, incontables, que probablemente dirían cosas parecidas a las que estaban escritas en inglés: «Sois nuestros héroes», «Gracias por correr», «Tokio os ama»... Al cruzar la meta, cariñosas felicitaciones e incluso abrazos por parte de desconocidos llamativamente emocionados que en algunos casos no evitaban las lágrimas.

La metrópoli, de 30 millones de personas, parecía haberse paralizado por la mañana, y por la tarde las cadenas de televisión no daban otra cosa. La vista aérea que mostraban los helicópteros era espectacular y daba cuenta de lo vivido. Imagine una gran manifestación en el centro de una ciudad y que de repente todos los manifestantes que ocupan la avenida central, cerca de 40.000, se ponen a correr en la misma dirección y al mismo tiempo ante el fervor de los cientos de miles que les siguen desde las aceras. Que esa enorme ola humana, que se va estirando paulatinamente, colorea a su paso cada pedazo de negro asfalto durante 42 kilómetros y 195 metros entre un mar de gente entusiasmada. Y que todos los que participan en esta locura, ya que no tiene otro nombre, tienen la sensación de estar formando parte de algo muy serio. Histórico. Pese a que no fuera el día de Gerbrselassie.