Tribuna

¿Políticos o tecnócratas?

CATEDRÁTICO DE DERECHO MERCANTIL Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La tremenda crisis económica que padecen algunos países de la eurozona ha sacado a la luz del debate público una dialéctica perversa que enfrenta dos modelos de gestión política: uno político, con gobierno a cargo de los políticos, y otro técnico, con dirigentes técnicos especializados. Parte de nuestra opinión pública, auspiciada por algunos partidos, considera como una merma democrática el dejar las riendas del poder a personas hábiles en saberes técnicos necesarios para la gestión de la cosa pública, pero escasos de ideología.

A mi juicio, sin embargo, la contradicción que se nos quiere presentar es engañosa, o más bien inexistente. Primero, porque en las últimas dos décadas, en el terreno de las ideas se ha dado tal promiscuidad y confusión, que difícilmente puede decirse que los gobiernos europeos de esta época hayan actuado con líneas ideológicamente nítidas y claras. Hemos tenido a gobiernos presuntamente izquierdistas que han gobernado con medidas típicamente liberales y, al contrario también, gobiernos de derechas que en ciertos campos han aplicado políticas muy poco conservadoras. En todos los países se han dado ejemplos de separación entre la teoría partidista y la práctica de gobierno, con trasvases de políticas en ambos sentidos. Pero el caso paradigmático es el de los gobiernos de Zapatero, que defendían sin sonrojo discursos como aquel de que en política fiscal lo progresista es subir el IVA, en vez del IRPF. Un caos intelectual que no abandona al PSOE, por lo que se ve en las últimas semanas.

Lo más importante en este asunto es desenmascarar la aparente oposición con que se nos plantea la elección entre politocracia y tecnocracia, sencillamente porque tal contradicción es un invento, pura estrategia. Y digo que la contradicción no se sostiene porque parto de la evidencia de que quien aspira a gobernar a sus conciudadanos debe disponer de un mínimo de capacidad, y ésta no debe apoyarse en meras afirmaciones, sino en méritos acreditados. Además ¿por qué la visión política, el horizonte de avance humano y social, va a ser incompatible con el conocimiento, la especialización profesional o la eficacia técnica? Las competencias profesionales pueden yuxtaponerse perfectamente al compromiso social y a la vocación política. El conocimiento y la cualificación suman valores a la persona; concebirlos como resta o limitación es humanamente aberrante y socialmente suicida, aunque la realidad nos muestra, sin embargo, que desde los años ochenta, España soporta una progresiva pérdida de calidad de la clase política. Analizando el elemento humano que forma la punta de lanza de los partidos, hombres y mujeres llamados a dirigir el Estado y su complejísima red, sobrecoge observar su desmedida falta de preparación, que afecta a todos los partidos políticos, aunque ciertamente no en igual grado.

Es un mal generalizado letal para nuestra democracia y no es posible vencerlo sin una regeneración interna de los partidos, que ha de empezar por recuperar la voluntad de servicio. Cuántas de las personas que se acercan hoy a la política carecen de oficio, cuántas son meras pelotas profesionales en manos de quien pueda promocionarlos o relegarlos. Para entrar en el juego, la característica elemental es su volatilidad y ligereza de movimiento, presentada bajo una apariencia de lealtad que es falsa, porque la lealtad no es obsequiosa ni interesada. Tenemos ejemplos recientes de situaciones ridículas que causan bochorno, pero ilustran muy bien lo que hablamos: aquel 'líder planetario' de Leire Pajín, o los orgasmos de Zerolo, o el premio nobel que impúdicamente pidió para Zapatero Bernat Soria siendo ministro de Sanidad, o los amores inquebrantables que proliferan en la comunidad valenciana (la adoración al líder puede acompañarse de una actividad crítica soterrada y paralela, que permite a veces observar gentes que lo adulan en público mientras escupen pestes en privado, con lo difícil que es en España guardar secretos).

El ambiente que respiramos, de relativización del valor de los saberes técnicos superiores, explica mucho de lo que nos pasa. Independientemente de las ideas políticas, la gestión de los asuntos cotidianos de nuestra convivencia requiere pericias que sólo se adquieren con la madurez de años de estudio, compromiso y experiencia. Para curar una enfermedad, construir un puente u organizar una oficina pública, es preciso saber primero cómo se hace. Parece una obviedad afirmar que al frente de esas funciones deben estar personas con la preparación necesaria; sin embargo, en España cada vez es más frecuente que la trayectoria personal, académica y profesional sea irrelevante a la hora de designar los cargos públicos, o de confeccionar las listas electorales. Y así, la sociedad que vamos construyendo nos lleva a profundidades escalofriantes; resulta quizá oportuno recordar aquí que cuando Karl Jaspers se preguntaba, en la Alemania de los años treinta del siglo XX, «¿Cómo puede ser gobernada Alemania por un hombre de tan escasa formación como Hitler?», alguien de la talla intelectual de Heidegger le contestó: «¡La formación es indiferente por completo, mire usted solamente sus preciosas manos!». Pues no es así: lo diga Heidegger o el sursuncorda, la formación sí es relevante. Verdaderamente es imposible saberlo todo, y un político no tiene por qué ser una eminencia intelectual, no es esa su función social, pero sí debe al menos haber acreditado una mínima formación y competencia que lo habiliten para regir los intereses colectivos; con qué criterio, si no, pide a sus conciudadanos la confianza para gobernarles: ¿por su cara bonita, o por sus bonitas manos?

De modo que, bienvenidos sean los tecnócratas y los poblados curricula de los primeros nombramientos de Rajoy. Estas designaciones apuntan a un significativo cambio de rumbo, al menos en la cúpula del Estado, que no es poco para empezar. Hace falta ver si habrá firmeza en el timón para seguir con los consejeros autonómicos, directores generales, presidentes de empresas públicas, etc. Solo entonces sabremos si se ha puesto fin a la pesadilla de los últimos años y si no se repiten errores de la era Aznar, con ciertos nombramientos que parecían explicarse más por su querencia hacia el pedigrí de los apellidos de alcurnia, preferiblemente compuestos, que por las cualidades del apellidado.