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Volver a ser lo que fuimos

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Es que no falla. Les pone algún reportero avispado la muleta a tiro y ala, allá que pican con redoble de tambores, y encima dándoselas de listos, sin darse cuenta de que los titulares están ya preparados y no han hecho más que entrar al trapo y descubrir el pie del que cojean, ese pie que llevan (en otras partes) un par de siglos largos ocultando. Basta media vez que asome el hocico el lobo de los recortes, de la pérdida de los derechos que tanta sangre y tanta lucha han conseguido nuestros antepasados conquistar para nosotros, las medidas impopulares que hemos votado para que nos conviertan en lastre para que allí aparezcan ellos, los aristócratas privilegiados por la suerte, los de la canción de cuna con institutriz británica, los que a veces ni siquiera se tomaron la molestia de disfrazarse con vestidos típicos populares ni aprender a bailar flamenco como sus progenitores. Se les pone el cebo a un palmo en forma de micrófono y dicen de verdad lo que piensan, que suele ser poco, y quedan como el culo.

Esto no tendría nada de particular, claro está, porque ni ellos ni nosotros somos tontos del todo, si no fuera porque aquí hemos llegado a una especie de acuerdo. Como el chiste del barbero con parkinson: «¿A que no vamos a hacernos daño?», hemos quedado en que uno miran para otro lado y otros miran al cielo. Te pago una miseria para que no me hagas la revolución en el campo. Vale, vamos tirando. Y de pronto se mete la pata, se hace un comentario fuera de tono y ala, todos los andaluces, todos, de vuelta al pozo del tópico del bartolismo.

Es muy sencillo ver la vida en blanco y negro. Pero tiene narices que gente sin oficio conocido y con muchos beneficios por conocer dispare de esa manera aprovechando sus quince minutitos de fama televisiva. No sé si será verdad o no, pero por un comentario desafortunado de esa índole («si no tienen pan que coman pasteles», dicen que dijo) voló la peluca de María Antonieta.

Y encima añorando los tiempos medievales y sus justas a espada por un quítame allá este derecho de pernada. Menos mal que alguien le ha leído la cartilla y, como buen caballero, el aristócrata ha acabado envainándola.