Editorial

Tahrir, acto tres

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El automatismo liberal, democrático y de sentido común invita a la condena de la acción de las fuerzas de seguridad, que para desalojar a los «jóvenes revolucionarios» de la plaza Tahrir en el corazón de El Cairo han causado diez muertos. Pero hay otra dimensión en el escenario: los manifestantes, muy belicosos aunque residuales, han incendiado edificios y rehusado participar en esfuerzos de mediación y calma en los que desde ayer participa el más destacado activista de los albores de la revolución, Wael Ghoneim. Los manifestantes son ya políticamente inclasificables y su programa se reduce a gritar que se vayan los militares. mientras un potente proceso político-institucional está en marcha, con unas impecables elecciones democráticas que ellos ignoran paladinamente. Es difícil defender a policías que disparan, pero también a quien, en completa soledad social, actúa por su cuenta sin más programa que las piedras y un eslogan según el cual alguien, misteriosamente, «nos roba la revolución».