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No arrancan

El coche eléctrico aún parece muy tierno para el rebufo de los camiones de cuarenta toneladas

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Es silencioso, se entrega desde el primer instante, es automático, respeta el medioambiente, es un placer conducirlo. Como un amante perfecto. Y sin embargo, no arranca. El gobierno saliente auguró que en un par de años, para 2014, se venderían 250.000 coches eléctricos. En 2010 se vendieron 400 y al cierre de este año la cifra por ahí andará. ¿Estamos ante otra burbuja que puede pinchar llevándose por delante miles de millones en investigación y desarrollo, una gigantesca implicación del sector energético y un macroprograma global en el mundo industrial de cooperación pública y privada? De momento las empresas no acaban de decidirse por la opción eléctrica para sus flotas, las grandes compañías tampoco apuestan por el empuje de baterías y para qué hablar de los pequeños empresarios que andan estirando sus furgonetas de gasóleo más allá de lo razonable para ahorrarse unos euros en época de vacas flacas. La cruda realidad es que a día de hoy la mayoría solo se imagina el coche eléctrico por los pasillos de un aeropuerto, las calles de un campo de golf o las avenidas coquetas de una urbanización de lujo. Todavía parece muy tierno, muy frágil, para someterlo al estrés de las autovías de circunvalación masiva, al rebufo de los camiones de cuarenta toneladas y al traidor firme de nuestras pistas de asfalto cada vez más deslizantes y desmejoradas.

Hay como una incoherencia de fondo que impide avanzar un proyecto como este que representa la limpieza, la modernidad, la movilidad sostenible, en una coyuntura en que el mundo parece más cerca de convertirse en un territorio salvaje, como un pueblo abandonado del oeste, con gentes buscándose la vida por los desiertos a bordo de trastos reciclados y mestizos con el viejo motor de un Porsche y la carrocería de un Renault. ¿Es un coche para el futuro ahora que retrocedemos al pasado? ¿O es un vehículo del pasado que te obligaría a hacer noche en el camino viajando de Madrid a Barcelona mientras se recargan las baterías? Pero las estadísticas dicen que el 87% de los trayectos diarios en España suponen menos de 60 kilómetros y que el 50% de los hogares europeos ya dispone de un segundo coche. Objetivamente, incluso con su autonomía limitada, podría ser una solución. Pero hemos puesto el tejado antes que los cimientos. En una ciudad tamaño medio como Burgos actualmente no hay mas que un poste de recarga. El futuro de los vehículos eléctricos ahora es un misterio pero no conviene olvidar que con la crisis adelgazarán las ayudas, que los coches analógicos cada vez consumen menos y que mientras las baterías no se abaraten no será negocio pagar tanto por presumir de conductor verde. Y una postrera lección que convendría extraer de esta apuesta es que maquillar la realidad económica es un disparate pero lanzar previsiones en brazos del optimismo antropológico no lo es menos.