Sociedad

EL JARRÓN ROTO

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Cuando se rompe una vasija, que no siempre tiene que ser oriunda de China, donde no pudo fabricarse en tan alto número, hay que procurar la soldadura de los fragmentos. En eso se esfuerzan, meritoriamente, quienes la llenaron de promesas y de nada. ¿Qué pueden hacer ahora con las piezas? La mejor excusa del mundo es que no pueden ponerse al teléfono porque tienen las manos juntas, apretando los fragmentos rotos. Lo cierto es que cuando un jarrón se rompe nuca queda tal y como estaba. Cuando se recompone es muy difícil fundirlo de nuevo, como se funden las campanas.

A diferencia de ellas no suena igual la llamada, porque el sonido es distinto. Aumenta el frío que aún no ha llegado, pero se le espera. Las autonomías congelan el gasto social que entra por todas las rendijas de la vida española. Al final del túnel tampoco hay luz, ni siquiera la de un tren que circula en sentido contrario, pero no hay que derrumbarse: ya sabemos que cuando uno se cae sigue en el suelo y tiene que levantarse solo y sin compañía de otros, ya que los otros están intentando hacer lo mismo.

Es curioso, además de ser patético, que haya que acudir a las mismas personas para remediar los males que, en gran parte, pero no en toda, los han traído. Parece que no hay relevo para pilotar el grupo parlamentario hasta el congreso del que saldrá elegido el sustituto de Zapatero. La derrota no tiene herederos, pero que nadie olvide que este vuelco no será el último que se produzca en la espasmódica sala de consulta. Veremos, mejor dicho, verán algunos de ustedes, porque a mí no me va a dar tiempo, como «lo fugitivo permanece y dura», pero no por mucho tiempo, sino hasta que la sufrida gente, vocablo que incluye la pluralidad de personas, se dé cuenta de que son los mismos perros, pero con los mismos collares, aunque de distintas marcas. Comprobada esta circunstancia debemos admitir que no es posible atar a la jauría con longaniza.