Editorial

Una campaña de cuatro meses

La economía y la rotundidad de las encuestas han hecho interminable el debate electoral

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José Luis Rodríguez Zapatero anunció en julio la anticipación de las elecciones generales, que hubieran debido celebrarse en marzo de 2012, al 20 de noviembre, cuatro meses antes de la conclusión del cuatrienio, con la esperanza de que las débiles señales de un repunte económico que entonces se percibían podrían compensar su impopularidad después de años de profundas medidas de austeridad en un país en que la tasa de paro alcanzaba ya el 20% de la población activa. El 26 de septiembre se convocaban oficialmente las elecciones, que se disputarían como primeros espadas Alfredo Pérez Rubalcaba, candidato del Partido Socialista elegido por su organización, y Mariano Rajoy, presidente del PP. Desde entonces, a lo largo de una campaña interminable y agotadora, no solo no ha mejorado la situación económica sino que en el tercer trimestre del año la economía española volvía a estancarse, y quedaba a las puertas de una leve recesión. La caída de popularidad del partido y del Gobierno socialistas ha sido continua, con rara unanimidad en las encuestas, que han arrojado un saldo final promedio de 14,5 puntos de ventaja del PP sobre el PSOE. Rajoy, gran favorito, ha conciliado su obligación de exponer su proyecto con la lógica cautela a la hora de explicitar el arduo camino de sangre, sudor y lágrimas que nos aguarda; finalmente, con un mensaje sobrio y moderado, parece haber acabado arrastrando a un sector muy relevante de la opinión pública, incluida una fracción significativa de antiguos votantes socialistas, lo que le permite aspirar con fundamento a obtener la mayoría absoluta. Rubalcaba, ministro de Rodríguez Zapatero toda la legislatura y vicepresidente del Gobierno desde octubre de 2010, ha tenido serias dificultades para defender con verosimilitud un proyecto sensiblemente distinto del que nos ha arrastrado hasta la insoportable decadencia actual. Habrá que ver hasta qué punto habrá conseguido frenar el deterioro de los apoyos tradicionales del PSOE. De cualquier modo, la suerte está echada. Ha sido una campaña, sustancialmente limpia, en la que el agravamiento de la situación económica y la categórica previsión de las encuestas la han hecho demasiado larga.