Editorial

Italia bajo vigilancia

El alto riesgo de su deuda y un debilitado Berlusconi justifican la medida

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La cumbre del G-20 ha concluido con una decisión drástica relativa a Italia: el presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, comunicó al término de la reunión en Cannes que el Fondo Monetario Internacional se unirá, a partir de ahora, a la Comisión Europea en la supervisión de las reformas y medidas de ajuste que ha de emprender Italia para garantizar el saneamiento de su economía, el equilibrio presupuestario y la capacidad de devolución de su abultada deuda que, desde hace años, ronda el 120% del PIB. Barroso ha hecho sin embargo hincapié, secundado por Lagarde, en que Italia no necesita una línea de crédito adicional del FMI, y mucho menos un rescate, término que ni siquiera se ha llegado a utilizar. Esta drástica decisión ha llegado después de que Berlusconi no fuese capaz de convencer a sus aliados de Gobierno de la necesidad de realizar tales reformas, que se han ido aplazando. La perspectiva de incluirlas como apéndice a los Presupuestos para el año próximo no ha agradado a Bruselas, que ha optado por la supervisión pura y dura en Italia. De algún modo había que atajar el desbordamiento del diferencial del precio de la deuda italiana, que ha superado los 450 puntos y que tan solo ha podido ser reducido gracias a la masiva compra de bonos por el BCE; con estas tasas, Grecia, Irlanda y Portugal tuvieron que ser rescatadas. La intervención comunitaria de Italia deja a Berlusconi en una situación muy delicada, aún más a merced de su único e instable socio, la Liga Norte, y con una opinión pública cada vez más encolerizada. La intervención de funcionarios supervisores, como también se ha hecho en Grecia, resulta sin duda humillante para quienes alientan cierta versión nacionalista de Unión Europea. No habría de serlo en cambio si se interiorizara que el euro sólo tendrá consistencia y sentido si se avanza hacia una federalización del eurogrupo, lo que implica una transferencia de soberanía de los Estados miembros a las instituciones centrales. Berlusconi se tambalea y, en estas circunstancias, no sería extraño que el presidente Napolitano, con gran ascendiente político y personal, forzase unas elecciones que saneasen la actual decadencia de la política italiana.