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UN HOMBRE DISCRETO

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Dicen los que saben de vinos que, con el tiempo, los caldos ganan en calidades. Algo así -si se me permite el símil y teniendo en cuenta que es el vino quien simboliza la sangre de Cristo en el cáliz- es lo que ha sucedido con Antonio Ceballos Atienza. Que ha ganado con el tiempo y se ha jubilado de una diócesis tan complicada como la de Cádiz y Ceuta por la puerta grande.

Hace ahora 18 años, el entonces prelado, Antonio Dorado, emprendía un nuevo ministerio de la iglesia en la cercana Costa del Sol. Le sucedía Antonio Ceballos, una persona relativamente joven (aún no había cumplido los 60 años) y que tenía un enorme reto a sus espaldas, esas mismas que han cargado con las mojadas de la inmigración, la droga o el paro, los tres caballos de batalla y con los que siempre se ha mostrado más sensible en sus pastorales en estas casi dos décadas.

Ahora que precisamente se despide parece que vuelven a llegar más pateras que nunca. Y es que el problema está ahí y pese a que tenga difícil solución, Ceballos siempre ha estado cerca de los que sufren.

Sin embargo, consciente de que era preciso ganarse el respeto y mantener la senda de su antecesor, no quiso acercarse mucho en sus inicios a la religiosidad popular. Y se pasó años negándole a la archicofradía del Carmen su coronación canónica. Después lo hizo y repitió con María Auxiliadora, autorizó una nueva hermandad e incluso una Magna para el Bicentenario. La guinda llegó de la mano del vía crucis de la JMJ, un hito en la historia de la diócesis, un gran evento organizado en solo tres meses. Por eso se cogió un gran rebote cuando algunas cofradías quisieron boicotearlo el día antes por el tema de los cirios.

Pero todo siempre desde la discreción, esa misma discreción que quizás no le permita reconocer en público que hubiese preferido un sucesor de su entorno.