Editorial

Libia: final y comienzo

Hay algunas aprensiones sobre el genuino valor político y social de la oposición

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Aunque el paradero de Muamar el Gadafi era un misterio al terminar la jornada de ayer, no había una sola duda de que su régimen, una extravagante dictadura bajo su liderazgo personal sin un título preciso y con gobiernos administrativos, se hundía sin remedio. Incluso Rusia y China, que solo a regañadientes asintieron a la intervención internacional autorizada por la ONU absteniéndose de vetarla, se unieron ayer al coro internacional: acaba la guerra, Gadafi la ha perdido y debería aceptar los hechos y facilitar la paz. Pudo hacerlo aceptando cualquiera de las propuestas de traslado garantizado para él y su círculo familiar que la comunidad internacional habría recibido como un mal menor con tal de terminar la inútil sangría. Su empecinamiento final, y más si se confirma la elevada cifra de muertos de las últimas horas, es un crimen sobre otro, una rúbrica sangrienta e inútil a una gestión ya conocida por sus excesos, su duración sin precedentes (42 años) y su ausencia de mecanismos pactados sobre sucesión. Incluso así, con un desenlace trágico que atenúa el júbilo de la gran mayoría, el esfuerzo de la comunidad internacional, que esta vez sí se manifestó claramente en el único foro donde puede hacerlo, la ONU, ha valido la pena. La OTAN cumplió muy bien su papel, con un número muy reducido de incidentes con bajas civiles y supo superar ciertas tensiones políticas suscitadas en primavera cuando la operación pareció estancada en tierra (donde la resolución de la ONU vetaba la presencia de tropas extranjeras) y provocó algunas divisiones pasajeras. España hizo su contribución, menor si se quiere, pero en el nivel requerido, con profesionalidad y solvencia. En estos días de alegría no es hora de hacer previsiones ni emitir diagnósticos, pero es cierto que hay algunas aprensiones sobre el genuino valor político y social de la oposición, una amalgama de opositores -y de algún oportunista que otro- sin un fuerte y respetado líder capaz de organizarla. Tiene por delante una colosal tarea de rehacer el país, la sociedad y el Estado y podrá contar con la comunidad de naciones que también ayudó en los días de aflicción.