Los asistentes a la vigilia de Cuatro Vientos tuvieron que afrontar el bochorno y, por la noche, la lluvia y el viento. :: EFE
Sociedad

UN MILLÓN DE JÓVENES CON EL PAPA

Una impresionante muchedumbre acude a la vigilia de Cuatro Vientos en la mayor concentración del pontificado de Benedicto XVI

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La Iglesia católica desplegó ayer una de las mayores demostraciones de fuerza y capacidad de movilización vistas en España al reunir en el aeródromo de Cuatro Vientos, cerca de Madrid, a más de un millón de personas, jóvenes de todo el mundo, para ver y escuchar a Benedicto XVI. No sólo eso, sino que lo hicieron bajo un sol abrasador, a cuarenta grados durante gran parte del día, y se quedaron allí a dormir en sacos y tiendas para esperar a la misa que el Papa celebrará hoy a las 9.30 horas. Esta velada de vigilia es uno de los actos centrales de las sucesivas ediciones de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y marca siempre récords de concentraciones -Juan Pablo II congregó entre tres y cinco millones en Manila en 1995, la mayor de la historia-. En este caso, supone el más grande auditorio que ha arrastrado hasta ahora Benedicto XVI en todo su pontificado. De hecho, se le vio visiblemente conmovido y anonadado ante la primera visión de la muchedumbre. No cesaba de sonreir y pocas veces se le ha visto tan emocionado.

Hasta ahora su récord de convocatoria era la beatificación de Juan Pablo II el pasado mes de mayo en Roma. Se habló entonces de un millón de personas pero las cifras fueron notoriamente infladas, pues en la plaza de San Pedro sólo caben 80.000. Ratzinger reunió en 2005 en su primera JMJ en Colonia a 800.000 personas y a medio millón en Sidney en 2008. En cuanto a España, la mayor multitud en un acto público se registró con las movilizaciones de repulsa por el 11-M, más de dos millones de personas. La fiesta por el triunfo en el Mundial de fútbol, hace un año, atrajo a 300.000.

La mastodóntica concentración de Cuatro Vientos supuso un colosal esfuerzo de organización en un espacio equivalente a 48 campos de fútbol, según los datos de la JMJ, con cincuenta pantallas gigantes y un escenario de casi 200 metros con capacidad para 2.000 personas. También exigió un enorme ejercicio de paciencia y estoicismo para los asistentes, que comenzaron a llegar desde la mañana con un calor sofocante. A las siete y media de la tarde ya habían sido atendidas 880 lipotimias y ocho camiones de bomberos circulaban entre la multitud disparando cañones de agua. El bochorno no impidió que se pedaleara en las bicicletas generadoras de energía instaladas para recargar móviles, ordenadores y reproductores MP3.

Eco mediático

La muchedumbre se entretuvo durante la larga espera con presentadores de radio, actuaciones musicales, vídeos y testimonios de fieles hasta la llegada del Papa a las ocho y media de la tarde, recibido por los príncipes de Asturias. Cinco jóvenes plantearon a Benedicto XVI algunas de sus inquietudes y éste respondió con un breve discurso, aunque estuvo allí dos horas. Les dijo que «la fe no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y los perfecciona» y les invitó a proponer a Cristo como valor «precisamente ahora en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad». Luego les recordó las dos vocaciones principales a las que, según él, están llamados los jóvenes: el matrimonio «entre un hombre y una mujer, indisoluble y abierto al don de la vida», y el sacerdocio.

La referencia al matrimonio tradicional subrayó de este modo la doctrina oficial de la Iglesia, que prohíbe el preservativo u otro medio anticonceptivo que no sea el método Ogino, el sexo en los días no fértiles de la mujer. Es uno de los puntos que permiten dudar, al margen del acto masivo, de hasta dónde llega la sintonía real entre los jóvenes congregados y las ideas del Papa; sin entrar en su lenguaje o en el propio idioma, pues siempre ha hablado en castellano y hay jóvenes de todo el mundo para quienes sus discursos resultaron incomprensibles. Los españoles son sólo unos 90.000, aunque muchos de los asistentes son latinoamericanos.

No obstante, lo importante era estar allí. El sentido de los viajes del Papa y de estos actos es, sobre todo, el de dar visibilidad a la Iglesia católica y buscar el eco mediático, pues se trata de sus momentos de mayor impacto propagandístico en tiempos de indiferencia hacia la fe. No es tanto por lo que diga el pontífice, que a lo largo del día de ayer pronunció cuatro discursos que volvieron a quedar en segundo plano. El más interesante tuvo lugar por la tarde en el Instituto San José, un histórico centro de atención a discapacitados físicos y mentales administrado por la orden de San Juan de Dios. Benedicto XVI suele introducir en sus apretados programas un espacio para la labor de caridad de la Iglesia, su faceta más respetada y admirada, también desde el mundo laico. Para el Papa es esencial y de hecho le dedicó su primera encíclica, 'Deus caritas est'. Es en estos casos cuando el mensaje del Papa puede resultar especialmente incómodo, porque mete el dedo en el ojo de la sociedad al recordar la existencia del dolor y de los enfermos. En el centro, Ratzinger criticó «nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida».

Es aquí donde se produjo uno de los momentos más emotivos de estos días, con la intervención de Antonio, un joven de 20 años que es sordo de nacimiento y habló de forma muy sincera contando su caso. «Gracias al amor que todos sintieron por mí, aún sabiendo que podía ser un obstáculo en sus vidas, siguieron adelante», explicó al contar el apoyo de sus padres. «No nos sentimos igual que los demás, nos sentimos apartados, solos, diferentes. (...) La soledad que siento en mi interior en algunos momentos me desanima», reconoció, pero dijo que Dios le ha ayudado a superar los momentos más difíciles.

Alusión a la pederastia

Sin embargo, Benedicto XVI volvió a tener sorprendentes palabras de desdén hacia los no creyentes, al decir que la ayuda y «la mirada de amor» que necesitan los más débiles «únicamente es posible como fruto de un encuentro personal con Cristo». Es decir, Ratzinger demostró de nuevo, pese a sus llamamientos al diálogo con el mundo de los no creyentes, que le cuesta concebir una ética y una moral fuera de la cristiana.

Por la mañana, el Papa empezó la jornada confesando en El Retiro a cuatro jóvenes elegidos a sorteo entre los interesados, dentro de la llamada 'Fiesta del Perdón', los 200 confesionarios instalados en el recinto para este sacramento. Después celebró una misa con jóvenes seminaristas en la catedral de la Almudena, a los que recordó que «debemos ser santos para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar». Es una observación que alude al escándalo de la pederastia en el clero, al igual que su llamamiento al celibato y a ser sacerdotes «sólo si estáis firmemente persuadidos». «No os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios y en el que el poder, el tener o el placer a menudo son los principales criterios», concluyó.