Tribuna

El nuevo regeneracionismo

Partitocracia, corrupción, manipulación del pasado o la ruptura del ámbito democrático bien pueden ser los males que ahora se denuncian, con la peligrosa unión de una nueva invertebración ocasionada por los excesos del Estado de las Autonomía

CATEDRÁTICO DE DERECHO POLÍTICO Actualizado: Guardar
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En realidad, el tema de las llamadas a regenerar nuestro país, abordando los 'males nacionales' existentes y la necesidad de hacerles frente, tiene una abundancia de precedentes. Como es sabido, nuestra incorporación al camino de la revolución industrial tuvo no pocas dificultades. Habíamos puesto de manifiesto con los descubrimientos al otro lado del océano, nuevos caminos en el mapa de la historia, pero habían sido otros quienes se aprovecharon de ellos. Nuestro país vivió largamente en la trasnochada economía de los tesoros, mientras otros países como Alemania habían consolidado ya la conversión de las materias nobles en monedas, piezas necesarias para la aparición del precapitalismo.

Cuando entre nosotros se toma conciencia del atraso y la crisis, se cae en el mal de la falsificación del valor del dinero, costumbre denunciada nada menos que por el padre Mariana. Y desde ese momento comienza a aparecer los llamados 'memoriales', como obras literarias destinadas a denunciar estos males y proponer soluciones. Estamos ante los precedentes de nuestro regeneracionismo: denuncias de la situación y, aunque no siempre, propuestas de solución.

Será Larra quien rasgue hasta con su propia vida, lo insostenible de la situación en el conjunto de la sociedad. Y en la España más cercana, voces de regeneración son, en los siglos XIX y XX, las de Unamuno, Ortega, Cajal, el krausismo o Lucas Mallada. Si tuviéramos que citar el nombre más cercano de esta línea de pensadores, destacaríamos el de José Luis L. Aranguren, ejemplo por cierto casi políticamente olvidado en nuestros días. El problema de nuestro atraso apareció, en muchos casos, unido al de nuestra tardía europeización, algo que llega hasta bien cerca en nuestra historia política.

Llegada la actual democracia, también pronto surgieron voces discrepando de su contenido. Reaparecen las similitudes con el «no es esto» orteguiano durante la República. Verlarde, Murillo o A. Nieto pueden servirnos de ejemplos más cercanos. La partitocracia, la corrupción, la manipulación del pasado o la ruptura del ámbito democrático bien pueden ser los males que ahora se denuncian, con la peligrosa unión de una nueva invertebración ocasionada por los excesos del Estado de las autonomías.

Pero el tema presenta en nuestros días una situación posiblemente contradictoria. Por un lado, es un hecho que estimo innegable la inexistencia de protagonistas que puedan ser consideradas como faros alumbradores de males y soluciones. Ciertamente, se ha producido un notable incremento de las ciencias sociales (ciencia política, derecho, sociología, etc.), pero este aluvión de publicaciones se ha ceñido a aspectos muy concretos de nuestra vida social o política. Por supuesto, el vendaval se ha nutrido en la vertiente de estudios autonómicos, no siempre de alto interés y elevada calidad.

Pero han faltado aportaciones de finos pensadores que lanzaran críticas y respuestas generales que abordan nuestros grandes problemas: el peligro de nueva partitocracia, la evolución del sistema de partidos, la desvertebración del país, la pancorrupción, la mediocridad en todos los sectores, la debilidad de la cultura cívica, el grado de europeización, la apatía de la juventud, la gravedad de la crisis valorativa de políticos y partidos, etc.

Algunos de estos aspectos se han reflejado en resultados de las encuestas, pero ahí se han quedado las cosas. Intelectuales de prestigio que alumbran sobre la realidad y diseñen sobre el futuro constituye una de nuestras principales ausencias. Y estimo que, en este punto y ante tal ausencia seguimos viviendo de las aportaciones de nuestros grandes pensadores de los años de los primeros decenios del siglo pasado.

Sin embargo, a pesar de esto, tampoco es posible negar que gran parte de las aportaciones se han volcado en el terreno de nuestro actual periodismo político. Sin mucha profundidad acaso como el mismo periodismo requiere, pero con notable abundancia.

Este fenómeno, al que habría que aplaudir inicialmente, pierde de entrada su valor como «centinelas del presente y advertencias de futuro» (esto último nos parece hoy íntimamente unido a la función de un intelectual: no sólo denunciar, también esbozar consecuencias para el futuro), por el hecho de que cada aportación aparece de entrada lastrada por la postura política de quien es llamado a definir la regeneración.

Estamos ante la gran diferencia con nuestros grandes pensadores del pasado. No hay partido que aminore la 'España invertebrada' de Ortega. Ni en la gran aportación de los artículos de valor en 'El Sol'. Ni en 'Los males de la patria' de Lucas Mallada. Si se lograra la patriótica objetividad en el periodismo político, la carencia de grandes pensadores no resultaría tan angustiosa. Pero, hasta ahora, no han ido por ahí los meros 'comentarios' de nuestros medios de difusión. Y a ello hay que ir.