EL MAESTRO LIENDRE

EL PALILLERO, MAÑANA

El movimiento social espontáneo, legítimo y pacífico tiene una virtud entre muchas: reconciliarnos con nosotros mismos

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Muchos hemos vivido esta semana con una sonrisa de ilusión tapada, con esa alegría invisible, con sordina, que solo trae la esperanza. Han sido muchos meses de asombro ante la burla y el saqueo. Han sido años en los que te mentían reiteradamente a sabiendas y a la cara, una forma de violencia como cualquiera, mientras los que gozaban de mayores privilegios te anunciaban las nuevas estrecheces. Durante todo ese tiempo, admitámoslo, llegamos a dudar de nosotros, de todos nosotros. Dejamos de creernos. Si no se echan a la calle, no estarán tan mal. Si tanto parado hay, ya estarían las plazas llenas de pancartas. La juventud vive acomodada, la hemos mimado demasiado y no sabe luchar por nada. Cualquier acto de protesta, cualquier intento de cambio, a título particular e individual es infantil, utópico, irrealizable. Aquí (póngase el nombre de cualquier ciudad aunque los gaditanos preferimos denostarnos) la gente solo reacciona por un partido de fútbol, solo se mueve por una fiesta (Carnaval, Feria, Sanfermines, Fallas...). Ofrece, ofrece cerveza y bocadillos, ya verás como se llena de gente, que aquí solo reaccionamos por lo gratis. Mientras tengan una paguita están tranquilos. La dictadura del dinero no tiene remedio. Todas esas frases, más o menos tópicas o frívolas, nos las hemos repetido tanto desde 2008, e incluso antes, que las habíamos dado por inamovibles, por certezas de calado bíblico.

Hasta que de repente decidieron manifestarse casi unos mil, aquí, que sumaban millones unidos a los que dudaban o querían desde la complicidad absoluta. Y la manifestación se quedó, y todas las frases anteriores, que nos rodaban sin pausa por la cabeza hace tanto tiempo, empezaron a resquebrajarse. Primero fueron unos pocos locos, dicen. Luego los típicos perroflautas. Más adelante, algunos idealistas. Pero cada día que pasaba te alegrabas más al poner la radio bien temprano y escuchar, «siguen allí». Entonces empezabas a rezar, muy laicamente, que no los echen, que no se cansen, que no se vayan, que no se vendan, tengo que ir.

Porque pasaban las horas y no eran hippies (una de las pocas denominaciones dignas y hermosas que creó el siglo XX). Al pasar por El Palillero me encontré a uno de los mayores que más quiero y respeto en esta ciudad, afiliado a partidos convencionales como tantos, cabal para dudar como pocos. Vi a Javier Ruibal pararse a leer, charlar y pedir información. Vi a dos excompañeros de trabajo, cualificados y válidos como los demás, pedir allí las explicaciones a los que solo les dieron números. Vi a dos de los colegas jóvenes con más talento en esta profesión, redactora y diseñador gráfico, con nóminas estables y suficientes, con el mejor futuro en su oficio, que tienen la grandeza de indignarse por los demás porque a ellos no les va mal ni parece probable que les vaya. Vi a un exconcejal y a un expresidente de Diputación. Vi a niños que siempre te reconfortan porque, sin saber hablar, te cuentan que aquí no va a pasar nada. Pacífico, organizado, sin alcohol, sin pie para los reproches que ya llueven.

Al llegar a casa, pones las tertulias de esa televisión, esa radio y esa prensa española que sí te hace temer por la radicalidad, que han confundido línea editorial con trincheras. A esos que acabas de ver debatir, montar eslóganes ingeniosos con lo que pensamos todos, difundir la palabra de don Andrés Rábago 'El Roto', su único profeta, en la pantalla o en la emisora les llaman «parásitos», «antisistemas», «piojosos», «vagos», les llaman terroristas, les preguntan constantemente por Bildu, mientras los interrogados ponen cara de hablar en otro idioma. Cuando ves la reacción de los de siempre, de la gente bien, del orden establecido, de los beneficiados por este estado de cosas, todavía les desear mejor fortuna a los acampados, todavía crecen las ganas de ir, de quedarse, de que se queden. Ya es tarde para disimular. Quiero que crezcan, quiero que se queden, que aguanten. Ya sé que no tienen propuestas concretas pero con que solo se consiguiera aplicar una décima parte de lo que incluyen en sus reivindicaciones (las referidas a la ley electoral), con que solo consiguieran presionar para que se apliquen realmente las leyes que están en vigor, ya habrían conseguido los mayores avances democráticos en España en 15, en 20 años. Y ese paso adelante lo habrían dado ciudadanos, espontáneamente, porque no creo que estén manipulados, que haya nadie detrás, que sean necios que necesiten a nadie que mueve la cruceta de la marioneta. Cada vez que se acusa a alguien de estar manipulado, se viene a decir, «porque tú no eres capaz de esto».

Pues ellos han sido capaces. Llegaron, se han quedado y, solo ruego, que mañana lunes, cuando amanezca el 23 de mayo, día postelectoral en el que nada habrá cambiado se produzca el resultado que se produzca, sigan allí. Y que sean más. Habrá que contribuir.