SOMOS DOSCIENTOS MIL

FERIA Y BOTELLÓN

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El pasado miércoles, por motivos estrictamente profesionales (caso contrario no me hubieran sacado de la feria ni con agua hirviendo), debí desplazarme a Madrid. Opté como medio de transporte por el tren Talgo, al que curiosamente ahora denominan Alvia (en su interior todo sigue siendo Talgo), pues aunque el tramo entre Jerez y Sevilla lo hace poco más rápido que un coche por la autopista, se ve que al salir de la capital hispalense, le ponen los neumáticos de verdad y aquello permite llegar a la capital del Reino poco más de dos horas y media después.

Pero, entrando al tema del que quería hablarles, estaba en la estación esperando al Talgo, cuando llegó un abarrotado tren de cercanías del que descendió una multitud de pasajeros, en su mayoría gente joven. Como no tenía nada mejor que hacer, empecé a observar a los recién llegados, comprobando la curiosa circunstancia de que, por cada joven que iba vestida de gitana, al menos otros veinte jóvenes portaban signos evidentes de ir de botellón.

De hecho su equipaje se limitaba a enormes bolsas blancas repletas de bebidas alcohólicas, refrescos y vasos de plástico.

Evidentemente toda esta marabunta se dirigía al Real de nuestra Feria que, si bien es cierto que presenta un aspecto absolutamente señorial durante el día (algo característico de la Feria de Jerez), no es menos cierto que, al caer la noche, cuando termina el paseo de caballos, se convierte en un botellón, más propio de noches ibicencas que de la principal celebración festiva jerezana.

Incluso me cuentan amigos policías que la cosa es de una gravedad extrema, haciendo necesaria la presencia e intervención de fuerzas antidisturbios quienes, para su sorpresa, detienen a numerosos jóvenes que portan navajas, lo que puede dar una idea aproximada de a lo que van, lo que beben, fuman o se meten, así como de la espiral estúpida de algo que ellos creen que es la diversión.

Está claro que tenemos un problema en nuestra feria ante el que se hace necesario adoptar medidas drásticas, que pasan por prohibir el botellón en todo el recinto ferial y, como quiera que la zona habilitada se halla ocupada por las atracciones, crear durante estos días una zona alternativa bien lejos de la feria que, por ejemplo, podría ubicarse en los aledaños del circuito de velocidad. Al fin y al cabo, si las autoridades han tenido agallas para prohibir fumar en las casetas y la norma se ha cumplido de forma muy generalizada, no creo que deba existir inconveniente alguno para que una Ordenanza prohíba la práctica del botellón en el recinto ferial.

Esta medida, que yo mismo califico como drástica, debe ir acompañada de otras muchas que, a su vez, permitan a nuestros jóvenes disfrutar del auténtico espíritu de la Feria del Caballo, y que pasan por prohibir todas esas casetas que a media tarde retiran las sillas y se convierten en auténticas discotecas, así como impulsar otras casetas, incluso subvencionadas, donde la media de fino de Jerez acompañada de una tortilla y unos montaditos, esté a un precio más que razonable.

De ese modo, no sólo atraemos a los jóvenes al disfrute natural de la feria, sino que potenciamos entre los mismos el consumo del producto que nos ha hecho internacional.

En modo alguno voy a caer en falsas demagogias y, menos aún, en la tentación de pensar que los jerezanos somos buenos y la culpa es de quienes nos visitan (por aquello del tren de cercanía). Mas lo cierto es que, entre locales y foráneos, cuando cae la noche sobre el real y éste enciende su iluminación aquello se convierte, primero en un enorme botellón, que después se transforma en un auténtico lodazal para terminar, finalmente, por adquirir todos los tintes de un extenso vertedero.

Y como el problema está sobre la mesa, toca a los poderes públicos dejar de mirar para otro lado, coger al toro por sus cuernos y legislar, pues para eso ocupan sus cargos. Lo triste es que al final ocurrirá una tragedia. Se decretaran tres o cinco días de luto en Jerez, los políticos se negarán una vez más a legislar en caliente y todo manga por hombro y claro, así nos va.