TOROS

UN GRAN TORO DE JUAN PEDRO DOMECQ

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Saltó dentro de la corrida cinqueña de Juan Pedro Domecq un toro de excelente condición. Quinto de la tarde, Jergoso, 552 kilos, negro salpicadito y gargantillo. Rabicorto y eso deslucía el porte, de mucha culata, finos cabos, más alto que bajo, cabezón, un punto apaisado de cuerna. No es un tipo frecuente, ni raro tampoco, en la ganadería, pero, incluso comparado con los cinco o seis toros de lujo que con cualquiera de sus dos hierros había lidiado en la plaza de Las Ventas últimamente, se salía de norma. La última prueba de lo largo de la ganadería.

No se hizo esperar el toro, que tuvo de salida velocidad, derribó en la primera vara alzando por los pechos el caballo, empujó con fijeza en la siguiente e hizo esa salida de bravo que define a los toros caros: un galope muy humillado. Bien picado por Francisco María, galopó en banderillas y, pese a pegarse una escarbadita impropia, el toro estuvo en marcha ya y muy engrasadamente.

Y el animal lo tuvo todo: prontitud, fijeza, aliento para repetir, largas embestidas humilladas y la chispa que tantas veces y tanto suele echarse de menos en los toros de su encaste. Gran toro, por tanto. Se protestó el tercero por terciado y, sin mayor motivo, se colgó de una de las andanadas de sol tras el arrastre de ese toro una pancarta denunciando los abusos del «monoencaste Domecq».

Pero se empeñaron en llevar la contraria los tres toros de la segunda mitad de corrida: por su nobleza, su belleza y su son el cuarto; por su bravura el quinto; por su temperamento pero no resistencia el sexto, que fue también, en otra línea, de espléndido porte. Juan Bautista no se acopló con el gran Jergoso: por exceso de velocidad, por falta de asiento y confianza. No lo vio claro pese a que la cosa era transparente. Se puso la gente a favor del toro, que hasta ese poder tuvo. Toreo en paralelo y por fuera, de perder pasos, sin inspiración. Y casi lo mismo en el primer turno y mientras se prestó a todo el toro.

Con el pastueño cuarto, en cambio, anduvo asentado, sentido y templado Uceda Leal. De capa, en cinco verónicas enroscadas, ceñidas y onduladas de ganar pasos, y dos medias recostadas vagamente belmontinas; un exceso de capotazos de brega pero la propina de un quite de otras dos verónicas enroscadas y su media de broche. Con ella quedó puesto en suerte el toro, como tiene que ser. Juan Bautista quitó sin eco pero la revolera de remate fue buena.

Uceda no se anduvo ni con pruebas: a pies juntos primero, una trinchera, el de la firma y el cambiado de remate. Y luego, por abajo siempre, enganchando y soltando, con pureza, sin trampeos de suerte descargada ni pierna escondida, a base de brazos y en limpio encaje, se dejó ir en cinco o seis tandas de rico color, de toreo para adentro, y en tandas de cuatro cuyo cuerpo mayor fueron los muletazos segundo y tercero todas las veces. Algunos de los cambiados o de pecho, a suerte cargada, fueron soberbios. La embestida tan al ralentí del toro encendió menos pasiones que las iba a provocar el toro siguiente. Pero el regusto clasicista de Uceda se dejó sentir y caló. Una estocada notable. Murió de bravo el toro.

Las dos faenas de Morenito de Aranda, como calcos pero con toros tan distintos, fueron de más a menos. Por pecar de pegarle tirones al feble tercero, que entonces perdía la manos; por negarle antes de tiempo el engaño al sexto o por esperarlo en vez de intentar traerlo por delante. Los finales bruscos de viajes le comieron la moral al torero burgalés. Y se notó. Apuntes con el capote, pero sin redondear. Esta vez no pudo reeditar su estilo de gran estoqueador.