LA HOJA ROJA

VANITYFAIR

Los libreros han sacado la cultura a pasear y han demostrado que nos gustan las ferias por mucho que la crisis haya hecho mella

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Estamos de feria, o en feria, que no sé si viene a ser lo mismo pero lo parece. Cualquiera de las nueve primeras acepciones que da el DRAE para el término nos vale. Fiesta, concurrencia de gente, conjunto de instalaciones recreativas para festejar algo, exposición de productos de algún ramo comercial, descanso, e incluso trato. Así es. Estamos en feria, permanentemente, aunque nos cueste reconocer que la vida en sí misma ya es una feria, siempre expuestos, siempre en promoción, siempre haciendo tratos, siempre de feria. Miren a su alrededor, y digan si no es fácil localizar a los tratantes, a los charlatanes, al mago, a los vendedores de humo, a los trileros, y junto a ellos la tómbola, las atracciones, las chucherías, los caballitos que suben y bajan, los espejos deformantes, la caída libre, el payaso que pone su mejor sonrisa cuando le dan un tartazo, el forzudo, la mujer deforme, y hasta el tren de los escobazos. Para qué vamos a engañarnos, el mundo es una gran feria y en ella estamos.

Por eso no es de extrañar que cada uno entienda la feria según le va. Esta semana, ya lo saben, han sido los libreros los que han sacado la cultura a pasear. Y una vez más se ha puesto de manifiesto que nos gustan las ferias, que por muy lejos que quede el recinto en el que se reúnen y en el que se han consolidado desde hace más o menos una década -y hay quien todavía sigue añorando los tiempos de San Antonio-, que por muy deslucido que sea el programa que cada año presentan, que por mucho que la crisis haya hecho mella y hasta boquetes en los monederos, nos gusta la Feria del Libro. Porque nos recuerda que, a pesar de lo que dijo un atónito Julio Llamazares, al que no le faltaba razón, después de escuchar a los políticos varios en su pregón del pasado viernes «tenemos la costumbre de hacerlo todo al revés», seguimos considerando la cultura como un referente lejano, como la capacidad que todos querríamos tener de relacionarnos con el entorno y de comprender la realidad. «Leer» dijo el pregonero «debería ser algo tan normal como la música, como el bar y el fútbol», pero no lo es. Por eso, hemos elevado a la categoría de lo sagrado el acto de comprar un libro, de entrar en una librería o de asistir a la presentación de un libro. Por eso, hemos otorgado a los libros unas cualidades casi divinas sólo aptas para elegidos, por eso hemos llegado a convertir la lectura en una hazaña propia de semidioses, y con todo, seguimos acudiendo a la Feria del Libro como si de un ritual propio de la iniciación se tratara. Para ver si se nos pega algo, o se les pega a nuestros hijos, hartos ya de escuchar batallitas en las que siempre gana la nostalgia, la única que no ha perdido nunca su valor.

Miren si no. La anunciada desaparición de la edición en papel del Superpop ha removido más ríos de tinta que el cierre de CNN+, lo que no deja de ser un indicador de cómo estamos, más cerca del pasado que del presente o del futuro. Que levante la mano el que no coleccionaba las pegatinas de Grease en la carpeta del instituto, el que no leía a escondidas las lecciones del «curso de ligoteo en la disco» o «la primera vez» de cualquier mindundi de aquellos que entonces copaban los platós -igual que ahora, no se crean-. Es la feria de la nostalgia la que más seguidores tiene, como si esperásemos que no romper del todo con el pasado nos devolviera alguna vez a esos días azules y a ese sol de la infancia del que tanto se acordó Machado al salir de este país. Tanto es así, que ha vuelto el circo de Teresa Rabal. Como lo leen. Desde el pasado sábado y hasta el próximo domingo tienen de nuevo la oportunidad de ponerse de pie y volverse a sentar y de saltar de oca en oca como cuando tenían ocho años -aunque ahora también saltemos al ritmo que nos digan y nos pongamos de pie tantas veces como nos volvemos a sentar-, cuando los días eran tan largos y los disgustos tan cortos que se pasaban con una rebanada de pan con Tulipán.

El reclamo de la nostalgia es el arma que más se utiliza en los últimos tiempos. Ya lo dijo Rilke con aquello de la infancia y la verdadera patria. Ningún otro lugar como ese para sentirse seguro y «protegido de toda perturbación mientras esperamos» lo que sea. Que luego pasa lo que pasa, que suenan las trompetas del juicio final y nos coge como a los de la secta Familyradio que, tras intensos estudios de la Biblia, han sabido concretar el día y la hora y andan medio locos anunciando el fin del mundo para el próximo sábado 21 de mayo cuando se cumplan los siete mil años justos del diluvio de Noé y precisamente el día de reflexión antes de las Municipales, que ni para votar nos van a dar tiempo. Los charlatanes de la feria, ahí los tienen. Por si acaso, conviene no perder el hilo en este laberinto, que si llega el fin del mundo, que nos coja confesados. Así que confiésenlo, ustedes tampoco entienden por qué hay cuatro candidatos a Rector en una Universidad tan pequeña y tan estrecha como la de Cádiz, como tampoco logran entender que tres de esos candidatos sean de la misma Facultad y provengan del mismo equipo rectoral. En fin. Lo que les dije que esto no es más que una feria, la feria de las vanidades. ¿O era la hoguera?