Rodríguez Zapatero saluda a varios bomberos en Lorca. :: J. MORENO / EFE
ESPAÑA

Lorca despide a sus muertos entre cascotes

Los príncipes de Asturias y cerca de 3.000 vecinos dan su adiós a las víctimas en un funeral lleno de dolor y abatimiento El municipio, a pesar de la ola de ayuda, no consigue retomar el pulso y sus comercios siguen sin abrir las puertas

LORCA. Actualizado: Guardar
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Entre mareas de escombros, caravanas de personas sin rumbo cargadas con maletas y con mucho cansancio, la ciudad despidió ayer a sus muertos. Más de 3.000 lorquinos buscaron tiempo entre las ruinas de sus propias casas para dar su último adiós a los nueve fallecidos a los que el terremoto del miércoles sepultó. Personas a las que el seísmo enterró bajo esos mismos pesados cascotes que 48 horas después mantienen en estado catatónico a esta población de más de 90.000 almas, a la que ni la ayuda material ni la solidaridad moral logran hacer que recupere el pulso.

El funeral tuvo lugar en un pabellón a medio construir en el recinto ferial de Santa Quiteria. No podía haber sido en otro sitio. Estas instalaciones, a escasos metros de la Huerta de la Rueda, la explanada convertida en improvisado 'campo de refugiados' para 6.000 personas, son las únicas de grandes dimensiones que aún se mantienen intactas en la ciudad tras el temblor de tierra. Ni una sola de las trece iglesias que tiene Lorca estaba en condiciones para albergar el oficio religioso.

Allí, en la nave industrial, bajo un techo del que en los últimos días no habían disfrutado mucho de los asistentes, Lorca dijo adiós para siempre a Antonia Sánchez, Juana Canales, Emilia Moreno, Juan Salinas, Raúl Guerrero, Domingo García, Rafael Mateos, Pedro José Rubio y María Dolores Montiel. No obstante, solo cuatro de los féretros estuvieron presentes en el oficio, ya que el resto de las familias rechazaron participar en la ceremonia religiosa y prefirieron las despedidas en la intimidad.

Los sollozos no se ahogaron con la llegada de los príncipes de Asturias, que presidieron el multitudinario acto, y que, nada más pisar tierra lorquina, se dirigieron a consolar al medio centenar de familiares y allegados de las víctimas mortales del temblor. Durante el funeral -oficiado por el obispo de la Diócesis de Cartagena, José Manuel Lorca Planes y otra decena de sacerdotes- se vivieron algunas de las escenas más duras de los últimos días, con familiares destrozados y todavía incrédulos.

Mensaje del papa

El obispo tuvo palabras de coraje. Animó a los que antaño fueron sus parroquianos a afrontar el «golpe seco de la naturaleza y la inmensa tragedia de angustias y lágrimas» para hacer que «Lorca vuelva a su esplendor». El prelado, que felicitó a las administraciones públicas por su coordinación y «diligencia» en esta desgracia, leyó un telegrama del papa Benedicto XVI, enviado por el cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, en el que el Pontífice, además de trasladar su cariño a los afectados, instó a las instituciones públicas y a las personas de buena voluntad a mostrar su «solidaridad con las personas en dificultad».

El oficio religioso, al que acudieron José Luis Rodríguez Zapatero, el ministro de Fomento, José Blanco, y los jefes de los Ejecutivos murciano y de la Comunidad Valenciana, Ramón Luis Valcárcel y Francisco Camps, entre otras autoridades, solo fue paréntesis de cierto orden y recogimiento en medio de un caos que se niega a desaparecer a pesar de tanto esfuerzo.

La visita de doña Letizia y don Felipe a los lugares más afectados por el terremoto, el mismo recorrido que horas antes había hecho Rodríguez Zapatero, sirvió para que constataran que dos días después Lorca se ve incapaz de retomar siquiera una normalidad aparente. Los príncipes de Asturias dirigieron primero sus pasos al barrio de La Viña, el centro de la tragedia, donde vieron los restos del inmueble del número 4 de la calle Infante Juan Manuel, un edificio que se plegó como un acordeón y en el que milagrosamente salvaron la vida 17 familias.

Recuperar algún objeto

Ni siquiera hubo la habitual muchedumbre que aguarda a los herederos allá donde van. Las calles de la otrora popular barriada de La Viña, salpicadas de los odiados puntos negros que señalan la más que posible demolición el edificio señalado, estaban casi desiertas. Solo se veía alguna familia cargando hatillos o vecinos entrando a toda prisa en los inmuebles distinguidos con el punto rojo, que solo permite unos minutos de estancia. Aunque también hubo temerarios que entraban en las casas señaladas en negro.

Don Felipe y doña Letizia también pasaron por la arteria principal de la ciudad, la avenida Juan Carlos Primero, todavía jalonada de pedazos de cornisas por las aceras y cristales por doquier. Allí tampoco ningún comerciante, más allá de un par de quioscos y un bar, se atrevió a abrir su establecimiento. Un panorama que se asemejaba al de aquellas capitales europeas bombardeadas en la Segunda Guerra Mundial que los bomberos no daban abasto a desescombrar. Ayer, esa calle permanecía cerrada con los técnicos derribando fachadas y elementos arquitectónicos de varios edificios. Como no, completamente vacíos.

En el casco antiguo, el corazón turístico de Lorca, los príncipes tuvieron como todo hijo de vecino que esquivar los cascotes en las estrechas callejuelas convertidas en una suerte de ratonera para los propios lorquinos, ya que el corte de calles por peligros de derrumbes ha convertido la zona en un auténtico laberinto. Allí contemplaron la que quizás sea una de las mayores heridas que el terremoto ha hecho a la 'Ciudad del Sol', la destrucción, casi total, de toda la cubierta y la cúpula de la iglesia de Santiago, una de las joyas del patrimonio artístico de la ciudad.

La imprevista imagen de un intenso cielo azul en el lugar en que debía estar el techo cuando el párroco abrió de par en par la puerta principal no solo dejó sin palabras a los herederos sino a todos los vecinos que todavía no habían podido contemplar en directo tamaño desastre. A la vista de tan dantesco espectáculo, en absoluto era exagerado el pesimista letrero que el cura había colgado en la puerta del templo a modo de aviso para sus feligreses: 'La iglesia está en ruina. No podrá ser utilizada en años'.

Lorca, decían algunos de los vecinos de la parte vieja recién llegados del funeral, también está en ruinas y también tardará años en «volver a ser Lorca». «Si no que se lo pregunten a los pobres de la Huerta de la Rueda», decía una de las mujeres delante de su casa de 'punto rojo'.

La Huerta fue la última escala de los príncipes de Asturias. Esa explanada es el único lugar de Lorca en que, tres días después del terremoto, no hay cascotes ni escombros. Solo tiendas de campaña y centenares de personas sin techo que ayer pasó su tercera noche bajo las estrellas.