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DESMARCAJES

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Durante la acuática Semana Santa, de los dos personajes de los que más se ha hablado, con excepción de los protagonistas evangélicos, han sido del etarra Antón Troitiño y del futbolista Cristiano Ronaldo. Dos figuras, cada uno en lo suyo. Al primero, acusado de 22 asesinatos, se consideró ilegal vigilarlo, ya que estaba en libertad. Y al segundo se estimó que era inútil hacerlo, dada su facilidad para infiltrarse en el área contraria. Hay que admitir que ambos tienen algo en común: su facilidad para disparar, aunque sus objetivos sean distintos. Ahora a uno le busca la Justicia para pedirle explicaciones y al otro le persiguen los hinchas para pedirle autógrafos. Los dos han sabido desmarcarse.

El asesinato nunca ha sido una de las bellas artes, pero algunos creemos que el fútbol puede lograr ese rango en sus mejores momentos. Le acompaña además una cierta forma de infantilismo que hace propicio el entusiasmo que nos hace hervir, si bien a distinto grado. No hay que olvidar que la raíz de esta palabra nos remite a lo sagrado, pero los entusiastas debieran tener un reglamento que les vetara la euforia excesiva. El triunfo del Madrid ante el Barça ha llevado a sus partidarios a una excesiva y prematura alegría. Incluso a los que consideramos al Madrid como nuestro segundo equipo -en mi caso el primero es el Málaga- y optamos por una cierta impavidez ante el azar. Todo lo que pasó en la final de la Copa del Rey fue que el gran Casillas hizo tres paradas inverosímiles, incluso para él. Si alguno de esos balones entra, no estaríamos diciendo que el mariscal Mourinho derrotó al mariscal Guardiola.

Hay que saber perder y también hay que saber ganar, ya que ganando se aprende. En la final se pitaron los himnos, pero también se aplaudieron. No sabemos si los que ovacionaban estaban aplaudiendo a los que silbaban. Todos eran españoles. La solución en los partidos próximos.