El parlamentario fue descubierto el pasado viernes con las manos en la masa. :: AP
Sociedad

Un escaño para ver porno

Un diputado impulsor de la ley de moralidad en Indonesia dimite tras ser sorprendido viendo una película obscena en la Cámara

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Imagínense la situación. Pleno del Parlamento de Indonesia. Viernes tarde. Todas sus señorías reunidas en sesión plenaria para debatir los planes de construcción de una nueva sede para la Cámara. Un tema apasionante que, aderezado con la inminente llegada del fin de semana y la modorra de la sobremesa, se convirtió en un cóctel soporífero que a cualquiera le hubiera llevado a buscar distracciones varias para pasar el rato. Eso debió de pensar el diputado Arifinto (en ese país sólo se usa un nombre) cuando decidió sacar de su cartera una tableta digital para solazarse un rato. Vamos, para echar un vistazo.

Ahí vino el problema. Los periodistas que seguían la sesión desde la parte alta del Congreso también debían de estar aburridos y, curiosos por naturaleza como son, un reportero gráfico decidió entretenerse fisgando lo que el político consultaba en su dispositivo. ¿Sus mails, los diarios digitales, el último libro de Vargas Llosa? No. El diputado encontró remedio contra el sopor en un vídeo pornográfico de lo más caliente con el que se deleitó sin darse cuenta de que, a su vez, estaba protagonizando el rodaje de otra cinta igual de estimulante. De hecho, los principales periódicos indonesios han estado al rojo vivo todo el fin de semana con el acalorado debate suscitado por las imágenes de Arifinto.

La historia podría haber quedado en nada, pero como siempre pasa en estos casos, el escándalo ha ido a salpicar justo al político que más se había mojado... para prohibir el porno en Indonesia, un país, hay que recordarlo, de mayoría musulmana. Resulta que el diputado pertenece al Partido de la Justicia y la Prosperidad, una formación más bien conservadora que defiende el papel central del Islam en la sociedad, y en 2008 ayudó a aprobar una ley que considera delito «cualquier tipo de comunicación que pueda suscitar el deseo sexual», como por un ejemplo, un beso en público.

A sus 55 años, Arifinto debe de ser un profesional de pura cepa porque su primera reacción fue negarlo todo. Pero cuando comprobó que le habían sorprendido con las manos en la masa, pasó al plan B y buscó una excusa de lo más concluyente: «es que me han mandado un correo electrónico anónimo, lo he abierto y me he encontrado con el vídeo». Y al final tuvo que pasar al plan C, es decir, aguantar el chaparrón porque en la filmación del periodista queda claro que el diputado ni se escandaliza con las escenas ni apaga de inmediato la tableta, sino que se recrea durante unos minutos con las imágenes. Al final, Arifinto presentó ayer su dimisión con la promesa de «redimir» su conciencia con «donaciones y actos caritativos», y con la Justicia estudiando la posibilidad de aplicarle la normativa que él tanto defendió.

Y a pesar de todo el jaleo, seguro que el resto de diputados no harán leña del árbol caído. Hace seis meses, el servidor interno del Parlamento estuvo bloqueado 15 minutos por un exceso de tráfico de material pornográfico. Arifinto no debía de ser el único político que, además de por la hipocresía, se dejaba llevar por otros instintos.