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CATÁSTROFES

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Esta vez no hemos sido nosotros. La prensa canallesca, quiero decir. Esta vez han sido los propios gerifaltes de la cosa pública los que han aventado vendavales de catástrofe. Y no, esta vez no han sido los políticos españoles, que en general han estado templados y prudentes, sino los alemanes, a los que la cercanía de las elecciones parece haber convertido en italianos, con perdón. La ola apocalíptica desatada por la crisis de la central de Fukushima está siendo televisada minuto a minuto (los que podemos no perdemos de vista la japonesa NHK), pero sería claramente injusto atribuir a la tele oscuros designios alarmistas: la tele se está limitando a contar lo que se dice por ahí, y eso basta para meter el pánico en el cuerpo de cualquiera. En España, los telediarios están haciendo coro al miedo universal, como no podía ser de otro modo, pero hay que decir una cosa en su honor: raro es el informativo que no nos ha explicado tres veces cómo funciona una central nuclear, cómo son esos bichos por dentro y qué está pasando en Japón.

Un dato curioso: lo que ha ocurrido allí no es propiamente una catástrofe nuclear, sino un terremoto seguido de un tsunami, ambos mucho más destructores que la primera, pero el protagonista de la información es el reactor de Fukushima. Las imágenes del tsunami son sencillamente espeluznantes, pero en el relato televisivo pesa más la narración - casi en 'tiempo real'- de la crisis atómica. Aquí son decisivos determinados resortes psicológicos: la catástrofe natural es cien veces más letal, pero la catástrofe técnica despierta en el ser humano miedos más profundos, los del fuego robado a los dioses, como creían los griegos. Metidos de lleno en nuestros fantasmas, a los canales se les está olvidando que hay decenas de miles de muertos y desaparecidos; aquellos mismos que en la información de Haití merecieron largos minutos de televisión, en la crónica de Japón están pasando casi desapercibidos. Son cosas de nuestra tele sobre las que vale la pena reflexionar, ¿no?