Tribuna

Josefina Aldecoa, en Cádiz

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Josefina Aldecoa ha vivido atada a la tierra. Ha vivido y ha escrito sin pedir permiso. Ha partido y regresado desde y a una comunidad con sentimientos. Se ha dejado la piel, en forma de pluma y de palabra, en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Lo ha hecho desde el cariño y la inteligencia, sin cuestionarse ni la rutina ni el desafío.

Jamás ha renunciado a nada. Ha sido capaz de ser compañera de su marido, madre, pedagoga, doctora en Filosofía y Letras y fundar el colegio Estilo en 1959. Desde los años 40 del siglo pasado ya correteaba por diversos círculos literarios hasta que en la década de los 60 a los 70 comienza a desnudarse literariamente. Empezó a destapar su ideario intelectual, ético y estético. Y ya no paró.

Viajera impenitente ha podido observar detenidamente al ser humano, que disecciona con excelencia literaria, pero sin olvidar jamás como dijo, al morir Juan Antonio Bardem, «los que éramos jóvenes en los 50, soportamos lo peor de la dictadura franquista, fuimos una generación machacada a la que le tocó vivir un momento histórico muy duro, pero se luchaba».

Jamás se pertrechó tras ningún eufemismo y sólo tuvo que declarar su valentía. Esa valentía que con tanta distinción utilizó para abordar lo más duro de la vida de una mujer como en 'La enredadera', libro que no tiene edad, libro donde su Julia con un diapasón explosivo alienta a las dormidas y escépticas, cuando de pronto es el retrato de tantas de nosotras que «fuimos jóvenes y rehusamos ser obedientes». Allí encontramos también contundencia... jamás aspereza. Ética y estructura pasional. Con energía pero sin estridencias nos lleva por los caminos del frío y del calor, la noche y el día, las horas sin tiempo. Maestría en la adjetivación sin que ello nos distraiga del contenido. Con un lenguaje sonoro, colorido, trepidante, nos dice que los «hombres son desertores inconscientes»... en cambio nosotras, las mujeres, «desertoras voluntarias» ¿es que acaso la educación nos ha marcado para asumirlo conscientemente?

En esa enredadera, donde predomina la niebla marcada por las estaciones del año, la infancia de su Julia es proyectada en blanco y negro y la de su Clara en colorines y blancanieves. Nunca me gustó obedecer como a su Clara de la 'Primavera' pero sí me siento esa Julia que «en algún punto impreciso del pasado despertó a la rebeldía, a la soberbia de creerse diferente, a la confianza en mí misma, a la certidumbre del éxito y a la furia por conseguirlo» y también porque como Julia «todos los días rozo la intuición de lo irremediable». Y todo ello porque como bien decía a raíz de la interesada polémica cuando la concesión del Premio Nacional de Narrativa a Unai Elorriaga, «todos tenemos derecho a pensar como queramos». Fue el leitmotiv de su vida que tan transparentemente ha llevado por el mundo en sus preclaras obras como la conocida trilogía 'Historia de una maestra', 'Mujeres de negro' y 'La fuerza del destino', donde fotografía con lente de duende y serena lucidez toda nuestra historia, que comenzó en el sueño de los años 20, pasando por los vencidos y el destierro y concluyendo con La Esperanza y El Silencio que se impone, o sea la música que no cesa ni con 'La fuerza del destino'. Y en ese recorrido también se anticipó a lo que tan certera y contundentemente dijo en Parla hace años, con motivo del nacimiento del Instituto de Cultura del Sur, concluyendo que «la integración y la educación son la base del mestizaje». Porque como se diría en Derecho, la apropiación indebida no sólo se da en las carteras y algunos de sus gestores, sino también en la historia, ese arduo camino que hemos tenido que recorrer las gentes de progreso que rechazamos la tolerancia y apostamos por la integración.

Josefina Aldecoa siempre nos ha demostrado ser libre en el pensamiento, jamás de pensamiento único y certera en sus juicios que siempre venían precedidos de un análisis y estudio riguroso. Así encontramos en 'El enigma' un fuerte y contundente contraste entre dos modelos de mujer, la clásica encarnada en Berta, y la que rompe moldes y esquemas como Teresa y que nos deja al final con el regusto indefinible de la derrota del amor. Una argucia en la trama, una excusa, para acercarnos una vez más los estereotipos femeninos contra los que tenemos la obligación de seguir luchando. Al fin y al cabo formas diferentes de poner de manifiesto su preocupación por la igualdad, que ella asentaba en la educación a la que se dedicó con pasión verdadera.

Afortunadamente hoy, después de muchos años de exilios de tierra y del alma, podemos afirmar que la estructura de la familia, comienzo de la educación, ha cambiado fundamentalmente por el papel de la mujer al incorporarse en todos los ámbitos de la sociedad. Por ello, debemos seguir incidiendo en la forma y el fondo de lo que significa la educación en esta sociedad formada por hombres y mujeres.

Hoy, esta mujer coherente en su comportamiento porque adecuaba sus palabras a sus acciones; esta mujer que no admitía improperios; esta mujer que no emitía improperios; esta mujer que fue capaz de afirmar que «los prejuicios son enemigos de la inteligencia» nos ha dejado cargados de perplejidad.