Opinion

Las Navidades son de los niños

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Siempre lo fueron. Recuerdo la época en la que Papá Noel era únicamente una nevada referencia de la blanquedad de las plazas de New York y de las películas que venían del extranjero, que veíamos nosotros, los niños, en la emisión única de TVE. Ésa era la época en la que, en Nochebuena, la madre eterna sacaba mantel, copas y el pavo dorado del horno, junto con los rollos de carne de higos, las endibias con queso roquefort y la maravillosa macedonia de frutas para el postre. Luego, la lucha encarnizada por comer mazapanes con forma de animales y letras, el turrón de yema, el de turrón con fruta, el alfajor y el amarguillo de Medina Sidonia y los polvorones de Estepa, de canela, claro está. El discurso de S.M. el Rey (en mayúsculas) ha llamado al esfuerzo común que promueva la creación de empleo. Como si nos dejaran, Majestad. «Aquí no hay quién viva», que diría el señor Cuesta. No hay, excepto los cuatrocientos presos beneficiados por la entrada en vigor de la reforma del Código Penal realizada, 'in extremis', por el Gobierno. Tras la Nochevieja llegará la prohibición de fumar en todo el orbe planetario y, a poco que esperemos, el carnaval y las elecciones locales habrán advenido.

La cena de Nochebuena la pasé alejado de los padres y hermanos -cada uno en su mundo, en su vida- y junto a la familia política. Fue una espléndida comida realizada en la parte alta de su restaurante por mi cuñado Antonio Granero, cocinero profesional y protagonista del programa 'En su punto', de la Televisión Autonómica de Extremadura. Fue una cena familiar, con un menú exquisito, niños llorando, consuegras parloteando, gente hablando de fútbol -mi almanaque de Cristiano Ronaldo con la camiseta del Barça fue un éxito- y de política -autonómica y nacional- y con mazapanes de figuritas de animales y letras que me llevaron a la niñez y de la niñez al principio de este artículo. No hubo villancicos.

Esta Nochebuena laica ha dejado de significar lo que antaño, el nacimiento del niño Jesús, para convertirse en una epopeya de la unión familiar, en una reunión vieja y entrañable que se repite sin parar. Así, esta vez tuve un momento para pensar en los niños, en esos hijos de los presos excarcelados por la norma penal más favorable que ha permitido a los reos pasar la cena con sus familias o, a su elección, volver a trapichear en una calle oscura con los adolescentes que acaban de salir de su cena a la búsqueda de un cotillón y una borrachera con la que ahogar sus problemas adolescentes. Sea como fuere, la Nochebuena es de los niños, siempre lo fue.