TRES MIL AÑOS Y UN DÍA

LA NAVIDAD DE ANDRÉ SUEW

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Nochemala de André Sew. Murió durante la madrugada del sábado al domingo de la pasada semana, en la plaza Asdrúbal de Cádiz, justo donde este jueves, horas antes de la Nochebuena, se concentraron numerosos activistas de los colectivos sociales de Cádiz, convocados por Justicia y Paz, Cáritas Diocesana, Hijas de la Caridad, Calor en la Noche, Caballeros Hospitalarios y Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía.

También lo asesinaron los mercados. O, en cualquier caso, este sistema sin piedad lo abandonó a su suerte. Al menos, eso viene a decir Rafael Lara, responsable de la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, en Cádiz. Desde su punto de vista, era un 'sin techo', alguien que cuenta poco en las grandes estrategias. Y sin embargo su muerte es un desgraciado paradigma de los males de esta sociedad: millones de personas desahuciadas por políticas al servicio de grandes intereses capitalistas para los que las personas cuentan poco. No cuentan nada.

En el momento de su muerte, André Sew estaba solo y alcoholizado. Y dormía en la calle, como lo hacen alrededor de noventa personas tan sólo en la capital gaditana. Más de doscientas en toda la provincia, como vienen tercamente insistiendo los que no se quedan de brazos cruzados ante esa situación. Los sin techo dependen en la actualidad de los centros de acogida -ya sean centros de día o albergues nocturnos pero temporales- y otras medidas paliativas de su exclusión. El joven fallecido sin embargo, no quería ayuda. Así se lo hizo ver a las trabajadoras sociales del Hospital Puerta del Mar y a Menchu Romero, del Centro de Día de Cáritas, que a comienzos de mes mantuvo una larga conversación en inglés con él: «Decía que sentía mucho dolor en la cabeza y que no quería pensar, tan sólo beber. Me consta que en el hospital hicieron todo lo posible por ayudarle, pero terminó yéndose de allí voluntariamente, sin que pudiéramos ingresarle en un albergue como ya teníamos previsto».

Llevaba seis meses en Cádiz, recuerda ella, y había llegado aquí demasiado deteriorado. Era alemán pero seguidor del Arsenal -de hecho, solía lucir una camiseta de dicho equipo-. Era huérfano y arrastraba problemas de los que nunca quiso hablar. Su alta voluntaria se produjo a comienzos de mes. Quienes le conocen, aseguran que bebía alcohol de quemar mezclado con agua. Los voluntarios de Calor en La Noche y de Cruz Roja, que suelen atender a las personas sin hogar, tuvieron que darle de comer y de beber, en sus últimos días, porque él ya ni siquiera podía valerse para ello. Pero no quería abandonar su banco, el último refugio donde le encontró la muerte el pasado domingo. Horas antes, los voluntarios le vieron tan mal que avisaron a una ambulancia. Cuando los sanitarios le examinaron, decidieron que estaba simplemente ebrio y le dejaron estar porque entendían que no podían hacer nada por auxiliarle.

En la concentración del jueves, no hubo culpables a quienes reprochar lo sucedido. O los culpables, de nuevo, éramos todos, como aseguraba Menchu Romero. Los presentes reclamaron «que la calle deje de ser la vivienda de cualquier persona y para que, nunca más, nadie muera en ella solo".

«En nuestro país, la Constitución reconoce, entre otros, el derecho de todos los ciudadanos a tener una vivienda digna y adecuada, a la protección social, económica y jurídica y a la salud -afirmaba el manifiesto que difundieron poco antes de dicha movilización-. Sin embargo, a día de hoy, muchas personas, unas 30.000 en España, no pueden ejercer estos derechos. No tienen acceso a una vivienda digna teniendo que depender de centros de acogida y de otros recursos para poder dormir, alimentarse, asearse, vestirse... Al final de esta cadena están las personas que viven y duermen en la calle, aquellas que más allá de no tener un hogar, no tiene ni siquiera un techo en el que resguardarse. Es más, por no tener un lugar donde vivir, muchos mueren en la calle».

Se trataba de buscar recursos y que la crisis no fuera mucho más crítica para ellos: «Queremos llamar la atención sobre la precariedad en la red de alojamientos, la escasez de plazas en los centros existentes, la falta de espacios de intimidad o estancias de poco tiempo. En la actualidad, la red es insuficiente, está mal dotada y cubre, mayoritariamente, aspectos mínimos de subsistencia sin contemplar otras necesidades.

Queremos dejar constancia de la falta de relación de la sociedad con las personas sin hogar. Existen muy pocos espacios de encuentro con ciudadanos integrados donde desarrollar relaciones sociales y construir lazos y vínculos. Para muchos, las personas sin hogar, son invisibles. Frente a esta realidad, queremos pedir de forma clara y urgente a las administraciones públicas políticas más decididas y eficaces de inclusión social, asegurando una mayor protección social y asumiendo sus propias responsabilidades. A la sociedad civil que propicie el cambio hacia un modelo social, cuyo centro sea la persona y que favorezca la inclusión de todos, prestando una especial atención a los jóvenes y a los colectivos más vulnerables. A los medios de comunicación que hagan visible lo invisible, que traten con dignidad y sensibilidad las historias de las personas sin hogar. A los organismos e instituciones que trabajan con personas sin hogar que hagan una apuesta seria y responsable por la coordinación y colaboración, superando sus diferencias. A nosotros mismos que cambiemos la forma de mirar a nuestro alrededor para descubrir que los sin hogar no son problemas, sino personas con dificultades».

Pero André ha muerto. Triste epílogo para el año europeo de lucha contra la pobreza y la exclusión social.