Opinion

España, EE UU y el Sahel

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Desde que en abril de 1951, el canciller Konrad Adenauer firmó el Tratado de París, Alemania ejerció de buen grado el papel de locomotora de Europa. No solo impulsó con convicción la progresiva integración sino que contribuyó al desarrollo del conjunto mediante onerosas políticas de cohesión. La unificación de Alemania, al final de la guerra fría, ensimismó sin embargo al gran país en sus propios problemas. Desde entonces, Alemania no ha sido la misma y hoy camina con paso vacilante, a causa quizá de las dificultades internas que encuentra la democristiana Angela Merkel, en coalición con el FDP. La crisis ha sido afrontada por Berlín con cierta pusilanimidad, y Merkel ha impuesto criterios de rigurosa estabilidad que han agravado el sufrimiento de los europeos. Frente a la recesión, Alemania forzó prematuramente el fin de los estímulos fiscales y no solo exigió a los miembros de la Eurozona el retorno a la convergencia europea en 2013 mediante drásticos planes de estabilidad sino que ella misma, sin necesidad, se impuso en junio un ajuste de 86.000 millones de euros hasta el 2014, para embridar un déficit que actualmente es del 5,5% y que no superará el 3% en 2011. Este ajuste, que impone grandes sacrificios a los propios alemanes, retrasa la recuperación de toda Europa, ya que recorta las expectativas de crecimiento del conjunto. Ante la quiebra de Grecia, con el consiguiente riesgo de contagio, Alemania vaciló antes de aceptar el rescate y la creación de un gran fondo para cortar la especulación. Y esta misma semana, Merkel se ha negado a ampliar dicho fondo y a autorizar la emisión de bonos europeos, como habían propuesto el director del FMI, Dominque Strauss-Kahn, y conjuntamente el presidente del Eurogrupo, el luxe,burgués Jean-Claude Juncker, y el ministro de Finanzas italiano, Giulio Tremonti. Alemania sabe que le saldrá más barato financiar ella sola su propia deuda que participar en un fondo común. Juncker no ha tenido pelos en la lengua y dirigía ayer palabras muy críticas al pensamiento «simplista» de Alemania. La UE no es solo Alemania, obviamente, pero difícilmente podrá avanzar a buen paso si la gran potencia centroeuropea no vuelve a situarse al frente de las iniciativas.

Si, como se indica vía Wikileaks, el Gobierno español ofreció instalar en Rota la sede del Africom (mando militar de EE UU para África) o convertir el convenio bilateral de defensa con los Estados Unidos en un Tratado, se trata de asuntos que exigen rápida información del Ejecutivo al público y el Parlamento no sería un ámbito excesivo para debatir temas de tanto relieve. Son dimensiones, sin embargo, muy diferentes. Todos los gobiernos españoles desde el régimen del general Franco, que lo negoció en primera instancia, han buscado la posibilidad de subir el nivel jurídico de los acuerdos de Defensa con Washington que con la normalización democrática debieron pasar a ser un Tratado en toda regla y con todas las compensaciones de uso. A España puede convenirle una involucración fuerte en el diseño, que ofrece avances en seguridad nacional y ciertos inconvenientes. Se haga lo que se haga, si se hace, el asunto debe salir del arcano de los iniciados y el Gobierno debe decir rápidamente lo que hay y, sobre todo, lo que habrá si decide ir adelante con su propuesta.