LA ESPERANZA COLECTIVA 20 2

El público en los debates de las CortesXxsxsxsxlllsxsxsxsx xsxsxsxsxsxsxsx

HISTORIADOR Actualizado: Guardar
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Desde el primer momento en que se inauguraron las Cortes, entonces en la Isla de León, la Regencia decidió que sus sesiones fueran públicas. En consecuencia, a partir de esta decisión, cobraría una gran importancia el comportamiento del público asistente a los debates parlamentarios. Agustín de Argüelles refiere que en el último debate sobre la libertad de imprenta, hubo «un concurso inmenso de espectadores, entre ellos muchas personas distinguidas en todas clases». Según Ramón Solís, se ha exagerado sobre la actitud del pueblo en los debates, ya que éste participó muy poco en ellos, habida cuenta de que pronto se aburría ante unos debates «para los que no tienen formación ni preparación, aún en el caso, incluso, de gente culta». Además, en la iglesia de San Felipe Neri había muy poco sitio para los espectadores, cuyo número nunca llegó ni a la mitad de los diputados. Otros, en cambio, destacan la presión que ejercía el público, «gente baja y soez», sobre los diputados, llegándose a afirmar que estaba pagado por las logias y círculos patrióticos de Cádiz.

Alcalá Galiano, testigo presencial, se refiere, como algo molesto, al comportamiento del público asistente en las galerías, que juzga desordenado, hasta el punto de llegar a influir en el desarrollo de los propios debates, bien fuera arropando con estruendosos aplausos a los oradores que eran de su agrado, bien llegando a interrumpir con vituperios de todo tipo a los que no lo eran. Incluso llegaría a reprobar lo que interpretaba como una clara actitud pasiva de los propios liberales por no haber cortado a tiempo los excesos de un público adicto a su causa, pero claramente impertinente con los contrarios. Por lo que se desprende de la lectura del Diario de Cortes hubo, evidentemente, momentos de tensión entre el público y los diputados, debiendo éstos hacer, en más de una ocasión, algún que otro gesto imprecatorio contra los que trataban de interrumpir sus intervenciones. Asimismo, hubo de recordar al público asistente que se atuviera al reglamento de las Cortes, teniéndose que reforzar la guardia en las galerías. En tal sentido no faltaron situaciones violentas, como la del incidente que se produjo tras una intervención del diputado sevillano Pedro Pablo Valiente, quien, tras un desafortunado gesto provocativo, puso al público en contra suya faltando poco para que fuera linchado a la salida de las Cortes.

Particular protagonismo tuvo el público a lo largo de los debates sobre la abolición de la Inquisición, donde no siempre estuvo a favor de dicha medida. Uno de los personajes que dirigía los cotarros era el famoso Cojo de Málaga, quien el 22 de enero de 1813 formó un verdadero escándalo desde las galerías de la Iglesia de San Felipe, ahogando con palmadas y vítores los murmullos y protestas de un buen número de frailes que apoyaban los discursos a favor de la Inquisición. Con la vuelta al absolutismo en 1814 este personaje sería procesado y condenado a muerte al año siguiente, aunque finalmente sería indultado momentos antes de ser ahorcado, gracias a la mediación del embajador inglés Vaughan. En la prensa gaditana se publicaron ciertos versos contra su figura: «Cojo de Málaga/ al cojo infame, estafeta/ del gremio republicano / que, pagado, cual villano/ hizo veces de trompeta».

Incluso, Antonio Capmanay, diputado no precisamente conservador, mostró sus quejas ante lo que consideraba un clima de violencia en las Cortes, orquestado por una oposición perfectamente organizada y dirigida. Como buena muestra de ello presentó un impreso correspondiente a la prensa exaltada titulado 'El Defensor acérrimo de los derechos del pueblo', que denunció ante la Junta de Censura por su violencia verbal y amenazas más o menos veladas, arguyendo, de paso, que la libertad de prensa se estaba poniendo en entredicho con este tipo de publicaciones, ya que se estaba indisponiendo al pueblo contra sus propios representantes. Con todo, tampoco faltaron las ocasiones, aunque menos, de ataques verbales por parte de los elementos más reaccionarios hacia diputados liberales. Frente a todas estas situaciones que alteraban el desarrollo cotidiano de la vida parlamentaria el nuevo Reglamento de las Cortes de 1813, al referirse a los asistentes a las sesiones, matiza que deberían guardar un profundo silencio y hacer muestra del mayor respeto y compostura sin tomar parte alguna en las discusiones por demostraciones de ningún género.