editorial

Coherencia y realismo

Marcelino Camacho supo conciliar la reivindicación con la disposición al pacto

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La muerte de Marcelino Camacho obliga a la sociedad española a volver la mirada sobre nuestro pasado para reconocer en la trayectoria vital del fundador de Comisiones Obreras, en sus largos años de cárcel y de exilio, la crueldad totalitaria del régimen franquista que persiguió mediante severas condenas cualquier atisbo de libertad y cualquier intento por reivindicar derechos civiles y sociales básicos. Su legado constituye una inestimable lección sobre lo costoso que para tantas personas de su generación resultó el restablecimiento de la democracia. Lección que no deberían olvidar los más jóvenes, que han tenido la fortuna de nacer en libertad y en una sociedad confortable. Marcelino Camacho fue protagonista principal de la Transición en una doble vertiente, porque apostó denodadamente por una reconciliación que cauterizara las heridas que dejó la guerra civil y porque se comprometió con el desarrollo de un sindicalismo capaz de conciliar la expresión de sus demandas con su permanente disposición al pacto. Los llamados Pactos de la Moncloa, suscritos en octubre de 1977, concitaron el acuerdo que España necesitaba para asegurar el establecimiento de un sistema constitucional y atemperar la conflictividad social en aras al interés común. Fue el momento en el que Marcelino Camacho lideró la gestación de un sindicalismo nuevo, que estaría en condiciones de trascender sus orígenes de movimiento socio-laboral para encaminarse hacia la defensa de los intereses de los trabajadores. El primer secretario general de Comisiones Obreras ha fallecido cuando el sindicalismo que él fundó, y que ya durante su mandato daría inicio a la ‘unidad de acción’ con UGT, se enfrenta al doble desafío de representar a los trabajadores de la economía post-industrial y de la sociedad de la información, muchos de los cuales desempeñan su tarea profesional al margen de la negociación colectiva, y a un mundo global que trasciende a la ‘división internacional del trabajo’ como Camacho interpretó la mundialización de la economía a partir de la década de los 70. En cualquier caso el hombre del jersey demostró que es posible mantenerse fiel a los principios de justicia social afrontando con realismo los avatares que depara el paso del tiempo.