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Septiembre

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Como el tiempo está como está, es probable que aún vengan días de calor, pero el verano, el concepto social de verano, terminó el 1 de septiembre, ese siempre extraño día primero de septiembre, con su aire de verbena concluida, con su repentina quietud. Los veranos son raros, porque le infunden a todo un matiz de provisionalidad, y hacen que nuestras rutinas se disloquen, y promueven en nosotros un sentimiento jubiloso de anomalía frente a la realidad y frente al tiempo, como si fuesen los veranos un espejismo de eternidad y de realidad descoyuntada, de tiempo fuera del tiempo.

En los puertos de mar, las calles se vacían de repente, porque, deberes al margen, la gente huye de los lugares veraniegos en cuanto percibe la llegada de esa epidemia psicológica que es el otoño, propiciador de melancolías y de meditaciones en torno a lo sombrío. Y de repente el mar es más de plata. Y es más tenue la luz, y ya no cae del cielo como una maldición esplendorosa.

Aún se ve a gente por la calle con el disfraz de veraneante, pero de pronto nos resultan un tanto cómicas las bermudas, las gorras, las sandalias. Con un poco de vergüenza, con la conciencia del resacoso que no logra explicarse por qué hizo lo que hizo cuando llevaba las copas encima, vamos arrinconando las camisetas de propaganda, las toallas de estampaciones psicodélicas, las prendas de tejido transparente. Contemplamos el tono tostado de nuestra piel, y por un instante nos parece estar metidos en el cuerpo de otro, en el de un faquir asiático o en el de un bongosero del Caribe, y nos acordamos entonces de las cosas terribles que se dicen del sol, de ese sol vigoroso que alumbra un planeta enfermo, y nos lamentamos de nuestra imprudencia, y nos invaden las aprensiones.

Las muchachas dejan de ir al supermercado en bikini y pareo, quizá porque se notan de repente desnudas y observadas, igual que nuestra madre Eva cuando las cosas comenzaron a torcerse en el Paraíso Terrenal. Será, no sé yo, que, con la llegada de septiembre, las personas y las cosas van volviendo a su ser, después de haber estado todo muy fuera de sí mismo, huido de sí mismo, despistado de sí, errante en esa especie de Arcadia del tinto con casera que en esencia es el verano.

Es posible que aún vengan días de calor, ya digo. Pero septiembre vuelve a poner las cosas en su sitio, devuelve realidad a la realidad distorsionada y bulliciosa del verano, rescata del olvido la conciencia de que la vida pasa muy deprisa. Tan deprisa, que, al abrir el armario, llegado ya septiembre, caemos en la cuenta de que no sólo tenemos bañadores, sino también jerséis de entretiempo, porque la vida es eso en cierto modo: un continuo entretiempo que multiplica por cero la existencia.