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Misión cumplida

Quienes han ganado, y mucho, son los mercaderes de siempre, bien colocados

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Ver cómo empiezan a retirarse las tropas norteamericanas de Irak, oír a su comandante en jefe decir, aunque en un susurro, sin mucha alharaca victoriosa, el famoso «Misión Cumplida», darse cuenta de que esa noticia ha pasado como de puntillas por nuestras primeras páginas: las derrotas evidentes, es mejor no airearlas mucho. Y parece evidente que la Guerra de Irak puesta en marcha en su día por Bush, Blair y Aznar para librar al mundo del terrorismo islamista, se ha saldado con una demorada derrota no sólo del ejército norteamericano, cuyo número de bajas con ser alta no es ni una quinta parte del número de bajas de la población civil que ha provocado, sino de todos, empezando por los propios iraquíes, que viven en este momento en la zona más peligrosa del mundo. La prueba más clara de la auténtica chapuza que ha sido esta guerra e invasión de Irak, es que Hollywood se ha cuidado muy mucho de no hacer películas heroicas sobre ella: todas las que ha hecho hasta ahora, y las que seguirá haciendo, son películas críticas, amargas, corrosivas. Para saber cómo les ha ido a los americanos en una guerra, basta con revisar las películas que han hecho luego sobre esas guerras: el heroísmo, la generosidad, la valentía, son las señas de identidad de las películas sobre la segunda guerra mundial; la locura, la insensatez, la violencia porque sí, son las señas de identidad de las películas sobre Vietnam; el cinismo, la mezquindad, son las señas de identidad de las películas sobre la guerra de Irak.

Cinismo que se expande con facilidad por las declaraciones de las autoridades nuevas, de la administración Obama, que se han encontrado con un caramelo envenenado que se han visto obligados a chupar, aunque tengan que escupir luego para no tragarse el veneno. Repetir que Irak es hoy un lugar más tranquilo y seguro que hace diez años es una idiotez, decir que al menos no hay un tirano mandando en las vidas de los iraquíes, una verdad que tendría más estatura si no hubiera tantos y tantos tiranos en otras partes del mundo a los que la comunidad internacional deja en paz por la sencilla razón de que no tienen nada que, de momento, interese explotar. Tan verdad es que Sadam Hussein era un tirano que tenía sometido a los iraquíes, como que África está llena de tiranos que no corren el riesgo, de momento, de que ejércitos internacionales se les eche encima para liberar a las poblaciones sobre las que tiranizan.

Parece clara una cosa: la gente, el público, por decirlo de una manera comercial, el pueblo, por decirlo poéticamente, no estaba dispuesta a una guerra larga y llena de banderas dobladas y entregadas a madres que habían perdido a sus hijos, por la sencilla razón de que la gente, el público y el pueblo, sabe al menos cuándo las cosas merecen la pena, cuándo merece la pena que se arriesguen las vidas de los soldados. Si en la conflagración mundial de los años cuarenta la gente tenía claro que sí merecía la pena arriesgar los soldados que hicieran falta por detener a Hitler y al emperador japonés, en Irak, pronto se vio que todo lo que no fuera un paseo militar, sería una derrota. Y eso es lo que ha sobrevenido: una derrota que no por haberse producido de manera callada y silenciosa, es menos derrota. No habrá desfiles del día de la victoria con respecto a Irak, porque una guerra que se montó de manera tan ficticia y por razones tan traídas por los pelos como la búsqueda de armamento químico que nunca se encontró, no podía terminar sino como ha terminado: con el abandonado paulatino de las tropas del ejército invasor, de un escenario que es diez veces más peligroso que el escenario al que llegaron, la proliferación de mafias en todos los órdenes de la vida, y una inmensa colección de escombros que va a costar mucho levantar. Misión Cumplida, ha dicho Obama en un susurro como dijo Bush en un grito. El segundo se refería a que empezaba el negocio, el primero a que por fin ha empezado la retirada de las tropas de un infierno que ellas mismas crearon para mayor gloria de las cuentas bancarias de unos cuantos empresarios.