Un grupo de jóvenes recoge los trozos de asfalto arrancados de las instalaciones de lo que fue el aeropuerto internacional Yaser Arafat. :: MIKEL AYESTARAN
MUNDO

Gaza se levanta sobre escombros

La falta de materiales de construcción obliga a reciclar todos los residuos

GAZA. Actualizado: Guardar
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«¡Cuéntale a Abú Mazen (Mahmoud Abbas) cómo vivimos!». Un ejército de palestinos, niños, ancianos y mujeres incluidos, trabaja como hormigas sacando el manto de piedra apisonada de debajo del asfalto de la pista de aterrizaje del que fuera aeropuerto internacional Yaser Arafat, a las afueras de Rafah. No quieren fotografías, no quieren hablar. Viven entre dos fuegos. Los israelíes vigilan el lugar desde la torre de control del paso de mercancías de Kerem Shalom y la Policía de la Franja acude también varias veces por semana para detener la extracción de la piedra.

El asfalto levantado parece tierra reseca en medio del desierto y acentúa la imagen apocalíptica de este aeródromo destrozado por las bombas hebreas en 2001. Explosiones que todavía suenan de vez en cuando en los cercanos túneles que conectan Egipto con Rafah y que se han convertido en el gran sustento de la economía local.

Las vías subterráneas han perdido trabajadores estos días debido al nuevo boom de la recogida de escombro. Esta actividad ha creado toda una cadena que va desde la gente que saca la piedra hasta los que se dedican a transportar la carga en sus burros o en motocarros. Donde entre 1998 y 2001 aterrizaban y despegaban aviones -el primer vuelo en tomar tierra fue un Hércules español con diez toneladas de ayuda humanitaria-, hoy solo se mueven animales y vehículos cargados de sacos.

España fue uno de los principales donantes para la construcción de un aeropuerto que solo estuvo operativo tres años y desde el que se podía volar a Jordania, Egipto o Marruecos. El coste final del proyecto superó los ochenta millones de euros. Las bombas de Israel no dejaron nada en pie. La mezquita, la sala de embarque y el resto de edificios son hoy esqueletos de los que palestinos aprovechan ahora hasta la última piedra para construir una nueva Gaza.

Treinta euros por tonelada

El precio en el mercado es de 150 sheckels -treinta euros al cambio- por tonelada de piedra recogida, un peso que Sukri y sus amigos logran juntar tras seis horas de trabajo. Almacenan su tesoro en diecisiete sacos y los llevan en carro hasta el solar de un constructor de Rafah que lo almacena. Como no hay que ir al colegio estos días, dedican toda la jornada a picar en el aeropuerto.

La misma escena, aunque a una escala mucho menor, se puede ver a las puertas del paso de Erez, una de las fronteras entre Gaza e Israel. El Gobierno de Tel Aviv ha ido aumentado la distancia de tierra de nadie a base de bombardear y demoler edificios, especialmente durante la guerra de 2008. Y hoy los antiguos vecinos de esa zona trabajan de sol a sol retirando escombro para luego reciclarlo. «Hay que tener cuidado porque si nos acercamos mucho al muro nos disparan», cuenta Alí, un niño de 10 años. Las autoridades sanitarias alertan de otro peligro menos visible, pero igual de mortal ya que «entre los escombros queda munición sin explosionar y, sobre todo, existe un alto riesgo de contaminación debido al tipo de armas empleadas por los israelíes», señala Salah el-Sousi, doctor de la Universidad Al-Azhar.

'Operación Plomo Fundido'

Durante la 'operación Plomo Fundido' -la ofensiva militar desarrollada por el Ejército hebreo en diciembre de 2008 y enero de 2009 en la que murieron más de 1.400 personas y otras 5.000 resultaron heridas, según el último informe publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)- Israel destrozó 3.425 hogares privados, además de numerosos edificios públicos y mezquitas. La reconstrucción avanza a un ritmo muy lento debido al bloqueo impuesto a la Franja desde la llegada al poder del Movimiento Islámico de Resistencia (Hamás).

Los escombros de los edificios más pequeños son retirados por sus propios dueños, que han encontrado en este trabajo una salida al desempleo crónico, pero los restos de algunos ministerios -bloques de más de doce plantas- permanecen intactos como un museo del horror de la guerra al aire libre.