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Partida de póker en los Pirineos

El madrileño, que reconoció que no tuvo «su mejor día», azotó con dos ataques sin éxito a su máximo rival Contador juega con los nervios de Schlek y deja coger tiempo a Menchov y Samuel Sánchez

AX-3-DOMAINES. Actualizado: Guardar
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El cerebro consume el 20% de la energía del cuerpo. Más que las piernas. Contador subía la cuesta de Ax-3-Domaines echando cuentas. Notaba una tenaza en los músculos. «No ha sido mi mejor día», reconoció. Sin piernas, tiró de cabeza. Miró atrás y vio a Schleck, sereno, a cubierto. Su rostro no estaba consumido. Le azotó con un par de ataques para calibrarle. Y nada. Ahí seguía el luxemburgués. Entonces, en el núcleo de los Pirineos, Contador dejó de ser un escalador y se puso el traje del velódromo. De las piernas al cerebro.

Se colocó en paralelo a Schleck y se frenó. Como en la pista. Los dos clavados. Sostenidos por el hilo de sus miradas de reojo. Contador pedaleó con su cabeza: dejó marchar a Menchov y Samuel Sánchez, buenos contrarrelojistas. Peligrosos. Y así, sin pronunciar palabra, le dijo a Schleck que su liderato estaba en peligro. Que en este Tour, uno más uno quizá no sean dos: Andy y Alberto. Puede que esa suma dé como resultado tres o cuatro. Que Menchov o Samuel también cuentan. El juego mental de Contador es peligroso. El ruso y el asturiano les quitaron 14 segundos. Escaso tiempo, aunque de sobra para animarse. La partida de cartas de este Tour sigue siendo a dos manos, Contador y Schleck, pero hay dos jugadores más al borde de la mesa.

Contador convirtió el primer episodio pirenaico en una sesión de póker. Dejó las migas del triunfo de etapa para una fuga donde estaba Riblón, un francés de barba tupida hecho en los velódromos. Un tipo que desenrolló toda su sonrisa cuando entró solo en la meta. Flotando a un palmo del suelo. «Cuando veía a Chiapucci e Induráin en la tele, cerraba los ojos y pedía un deseo: ser ciclista». El sábado era un corredor fatigado, «Estaba decepcionado con mi Tour. Casi a punto de abandonar». Ayer disfrutó como un crío: «Escuchaba a la gente decirme que iba a ganar. Y no lo creía». Le faltaba fe en sí mismo. Necesitaba tocar la meta para creer. Eso hizo. Un medallista en el velódromo reinaba en los Pirineos. Un síntoma de lo que venía por detrás.

A Riblón no le cogió nadie. Ni Valls, el chico de Alicante que tuvo que esperar a tener su primera bicicleta el día de su primera comunión. Fe ciclista. Ni Sastre, que salió al reencuentro del Sastre que aquí, en 2003, celebró con el chupete de su hija Claudia su primer triunfo en el Tour. A Riblón tampoco le atrapó el dúo del Tour: Andy y Alberto. Estaban entretenidos con su partida.

Táctica

Póker. Hubo un par de descartes. El primero llegó en el puerto de Pailheres. La tremenda cuesta hizo su trabajo. Bajo otro día de aire estancado, Evans y Armstong desistieron. El Astana de Contador le recogió la falda el monte. Hasta arriba. «Andy y yo estamos muy igualados», sospechaba Contador. «Hoy, la táctica es seguirle a Alberto. Mi día puede ser mañana», rumiaba Schleck.

Quedaba el ascenso final a Ax-3-Domaines, en la Francia que mira a Andorra. El otro descarte. «Es un puerto sencillo para los que van a rueda», se quejó Contador. Vinokourov, su fiel kazajo, colocó su mirada traslúcida al frente del grupo. Barajó los dorsales. Corrieron cabezas: primero Wiggins, y luego Kreuziger, Basso, Luis León, Rodríguez, Van den Broeck, Gesink y Leipheimer. Al juego del Tour sólo jugaban ya cuatro: Andy y Alberto, Samuel y Menchov. Uno y uno eran cuatro. A 3,5 kilómetros de la meta, Contador reaccionó. Golpe de cuajo. Schleck se sostuvo a su rueda. «Misión cumplida», se felicitó Andy. Samuel y Menchov llegaron enseguida. Más fresco el ruso; más entregado el asturiano, siempre con ese punto de pesimismo: «¿El podio? Lo veo negro. Estoy entregando mucho estos días».

Y, de repente, Contador apagó sus piernas. Todo el oxígeno para el cerebro. Reculó. Schleck le hubiera perseguido hasta a un barranco. El madrileño soltó un farol. Se detuvo mientras Menchov y Samuel, incrédulos, se alejaban por delante. Conoce las cartas de todos. Sabe que Schleck es el más débil en la contrarreloj final. «Los 31 segundos que pierdo con él son remontables», cuenta. Y sabe que Samuel (situado a 2.31) y Menchov (a 2.44) acechan al luxemburgués. Jugó con los nervios de su máximo rival, Schleck. Juego suicida. Ruleta rusa. Duda. Hasta que hablaron: «Tampoco podíamos dejar que nos cogieran mucho tiempo». Y aplazaron la partida para otro día. No podían permitir que el duelo del Tour, ese uno contra uno, se convirtiera en algo así como: el uno por el otro, la carrera sin barrer. Hoy sigue la partida.