Padilla ejecuta un muletazo ante uno de sus enemigos, en su reencuentro con Las Ventas. :: GUSTAVO CUEVAS / EFE
Sociedad

Tarde de amnistía para el jerezano Juan José Padilla

Buen regreso del diestro a Madrid tras un trienio de veto encubierto. Seria corrida de Samuel, con cuatro manejables cinqueños

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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Abrió un toro cinqueño del viejo hierro de la F. Frondoso el balcón: gruesas mazorcas, pero, con su amplio balcón, toro acapachado y, por tanto, recogido. Era más ancho el diámetro de la cuerna que el de la silueta frontal del toro, sacudido y vareado.

Cabía en los engaños. Abanto y deslumbrado, se llevó una doce y pico de lances de brega. Todos, de Padilla , que volvía a Madrid al cabo de tres años y ya olvidado lo que el programa de mano llamaba «un altercado dialéctico con un grupo de aficionados».

Se estaba celebrando la amnistía cuando el toro metió una mano en un hoyo y, sin dejar de moverse, amenazó con flojear o patinar.

Los tres pares fueron vida para el toro. Padilla brindó el toro de la amnistía a Diego Robles, su hombre de confianza y, además, su mejor consejero. Una faena de las de toma y daca, toca y toca, y dale que te pego: de profesional. Con más movilidad que fijeza o motor el toro, que no paraba pero reponía. Soltura desenfadada de Padilla para adivinar lo que el toro quería antes de que llegara a pensarlo. En la suerte contraria, una estocada sin puntilla.

Luego salieron cinco toros con el hierro y la divisa de Samuel.

Antes de cerrar tercio Encabo, tropezó en la cara del toro Julio Campano, que lo lidiaba. Una cogida muy aparatosa que se resolvió en voltereta y susto. Padilla , a cuerpo limpio, fue clave en el quite. Encabo puso por los adentros un gran par. El toro fue mirón y Encabo no se tomó la menor confianza. Soplaba viento. A su aire, se rajó el toro, que, pegado a tablas, recorrió el anillo casi entero en el sentido de las agujas del reloj. Del 7 al 4 sin parada en toriles. Dos pinchazos, un metisaca en los bajos y un último pinchazo.

El otro toro del lote de Encabo era también cinqueño y tuvo más cuajo que ninguno. Lo aplaudieron de salida. Chorreado en verdugo, hondo, bizco, muy astifino. El cuerno derecho era un delirio; su pitón, un garfio carnicero. Al dolerse como todos en banderillas, el cabeceo del toro invitaba tan solo a jugar a la ruleta rusa.

Y, en fin, calmada la dialéctica famosa, Padilla estuvo a punto de poner de acuerdo a todos con el cuarto de corrida, que fue como la pipa de la paz. El toro de más claro aire de los seis. Pero es que Padilla le pegó de salida dos largas cambiadas de rodillas en tablas, una tercera en la raya de fuera, una gavilla de lances de los de fijar en serio al toro, que se empleó en el caballo y fue picado con acierto por Antonio Montoliú y que el propio Padilla banderilleó con facilidad aparatosa. Desde el mismo platillo un brindis al público que no tuvo nada de sumiso ni de desafiante.

Una faena muy de Padilla : sin pausas, de encontrar toro siempre y de soltarlo a su antojo, de entenderlo, medirlo y trajinarlo, de adelantarse por sistema para disponer de él. Toro manejable. En manos buenas. Con la izquierda, tocando de partida por fuera, Padilla ligó hasta tres tandas de buen ritmo y muy templadas. Y antes de que se rajara sin remedio el toro, tuvo tiempo de adornarse con recursos clásicos: la trinchera, el farol, el molinete. Y una estocada caída. Petición de oreja. No hubo mayoría. Casi una vuelta al ruedo. Debería haberse atrevido con ella. Lo mereció la cosa toda.

El sexto de corrida completó el cupo de cinqueños: zancudo y escurrido, incluso flacote, armado por delante, fue de salida toro frío y trotón, distraído. Difícil apostar por él.