Entrada a la villa donde vivía Shoja Shojai. / Sur

El palacio marbellí que escondía un harén de diez concubinas

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La urbanización Balcones de Sierra Blanca se asoma a unas vistas privilegiadas al mar. Apenas la separan diez minutos del centro de Marbella. Es en este enclave en el que reina el verde y el silencio donde se levanta la 'Casa Saf', un palacio con tres construcciones que esconde los secretos de Shoja Shojai, el ciudadano iraní de 57 años que al parecer compartía su vida con una decena de mujeres, la mayor parte de ellas captadas en una escuela de modelos londinense.

La villa que alquila Shojai, a la que se accede por un portón de indudable inspiración árabe, destaca por un lujo ostentoso, alejado de cualquier sospecha de minimalismo. Se trata de tres viviendas protegidas por un muro perimetral, levantadas en otras tantas parcelas que suman más de 9.300 metros y en las que no faltan la piscina, una pista de tenis y una vegetación frondosa que sirve eficazmente como elegante barrera frente a los ojos de los curiosos. En una de las tres estancias vivía, solo, el empresario iraní. En otra, su esposa, una mujer danesa de 33 años con los dos hijos de la pareja. Y en la casa principal compartían techo las otras nueve chicas y los cuatro niños que tuvieron con el imputado, aunque con una instrucción clara: no debían tener excesiva relación entre ellas.

Así convivían las mujeres del «harén forzado» –en palabras de la abogada Sonsoles Rosales, que asiste a seis de las denunciantes– supuestamente organizado por Shojai. Hasta el pasado mes de marzo residían 10 mujeres (al parecer, llegó a haber 11, pero una se marchó), procedentes de Rusia (2), Turkmenistán (2), Lituania (2), Alemania, Kazajistán y Mongolia. Salvo la esposa, que es algo mayor, las demás tienen entre 20 y 28 años.

A casi todas las conoció en Londres. Siempre con el mismo perfil. Ellas, bellas estudiantes universitarias o de escuelas relacionadas con el mundo de la moda. Él, de 57 años, se presentaba como un empresario con negocios en el mundo del petróleo.

Las chicas coinciden –siempre según las declaraciones que prestaron en comisaría– en que su relación sentimental con Shojai comenzó en Inglaterra. Al cabo de unos meses les ofrecía mudarse con él a Marbella para participar en un negocio que pretendía poner en marcha relacionado con la moda.

A partir de ahí, aseguran ellas, todo empezaba a cambiar. Al ver que tenían compañía en palacio, pedían explicaciones y el iraní se limitaba a aclararles que las demás eran empleadas. Pero con el paso del tiempo se iban dando cuenta de que formaban parte de un grupo en igualdad de condiciones.

Las mujeres dibujan en sus denuncias un cuadro de sometimiento ante el control absoluto ejercido por Shojai a base de amenazas. «Si me la juegas, mataré al niño delante de ti; pero, si me haces caso, todo irá bien», afirma una de ellas que llegó a decirle. Otras veces las amenazas iban dirigidas a sus familias, que desconocían las vidas que llevaban en el palacio. Algunas confesaron a la policía que la relación con sus padres se rompió cuando les dijeron que abandonaban sus estudios para seguir a Shojai hasta Marbella.

Prohibido usar redes sociales

Aunque les permitía usar el teléfono móvil para mantener el contacto con sus familias, «les impedía tener redes sociales y no podían salir a la calle si él no sabía dónde iban», comenta el letrado Francisco García Vena, que asiste a otra de las denunciantes. Sin embargo, un trabajador de la urbanización afirma que no le pareció que las chicas estuviesen allí contra su voluntad: «Salían por las mañanas tranquilamente cada una con su coche a llevar a sus hijos al colegio. Yo sólo puedo decir lo que veía de día. Por la noche, ni idea».

La vida en el palacio es un misterio del que ellas apenas han esbozado algunos datos en sus declaraciones. Una de las muchachas, la que tenía menos recursos económicos y carecía del permiso de residencia, solía ocuparse de cocinar y de las labores domésticas. Y otras tres –dos provienen de familias adineradas, mientras que la tercera era empresaria– declararon a la policía que corrían con los gastos del alquiler de la fastuosa villa, unos 8.000 euros al mes.

Para la policía, el iraní consiguió «anular la voluntad» de las chicas a través del miedo. Aunque los investigadores no descartan que utilizara otros métodos. En el registro se hallaron cuatro blíster de Rohypnol, un fármaco que en el argot policial se conoce como la droga del amor porque provoca un estado de desinhibición y de amnesia en las víctimas. Las sospechas se fundamentan en las declaraciones de las denunciantes, que aseguran que él les indicaba en todo momento las medicinas que debían tomar. Las chicas declararon en comisaría que, aunque les doliera la cabeza o tuviesen un mal día, debían estar «felices y alegres». A la hora del sexo – sostienen en sus denuncias– siempre era él quien elegía.

La versión de Shojai es diametralmente opuesta. Alegó que las chicas trabajaban en sus empresas, que eran ellas las que lo buscaban para el sexo y que se quedaron embarazadas porque no tomaron precauciones. También rechazó de plano haberlas maltratado. La violencia, no obstante, habría sido sobre todo psicológica. Las agresiones físicas, según ellas, sólo se produjeron en algún episodio puntual. El último fue, precisamente, el que destapó el caso. Una de las mujeres acudió a comisaría el 27 de marzo para denunciar que Shojai la había zarandeado el día anterior –aportó un parte médico de lesiones– tras una discusión porque se puso agresivo con el hijo de ambos, según su testimonio.

Cuando la supuesta víctima contó la situación en la que vivían tanto ella como el resto de las jóvenes, la policía envió varias patrullas al palacio. Los agentes se entrevistaron con las chicas. Todas menos una mostraron su deseo de denunciar y acompañaron a los funcionarios a comisaría. Shoja Shojai también, pero como detenido.

El iraní pasó dos días en los calabozos antes de ser puesto a disposición del Juzgado de Instrucción número 2 de Marbella, que lo dejó en libertad con cargos imputado por malos tratos y le impuso una orden de alejamiento de 500 metros respecto a las chicas y a sus hijos. Después, se inhibió a favor del Juzgado de Violencia de Género marbellí, que ahora dirige la investigación. Su titular ha ordenado una evaluación por parte del equipo psicosocial del Instituto de Medicina Legal para determinar si, como ellas sostienen, existía una relación sentimental y se confirman los supuestos malos tratos.

Shojai quedó en libertad a las cinco de la tarde y a las ocho ya estaba de vuelta en comisaría. Acudió a las dependencias policiales para denunciar que, cuando llegó a su domicilio, se percató de que le habían robado. Declaró que alguien había arrancado las cámaras de videovigilancia de los accesos y se había llevado joyas –entre ellas una colección de diamantes, obras de arte y alfombras persas por valor de cuatro millones de euros. En su denuncia, dirigió sus sospechas hacia las mujeres, que según él podrían haber tenido tiempo suficiente para desvalijar la casa durante su estancia en los calabozos.

Los abogados de ellas lo niegan y exponen su coartada: «Estuvieron en todo momento acompañadas por los policías desde que fueron a denunciar hasta que las llevaron a casas de acogida. Incluso cuando fueron al palacio a recoger sus enseres, los agentes iban con ellas».