Santos Juliá. / Efe
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Del ‘Yo acuso’ al ‘manda un e-mail para denunciar’

Santos Juliá analiza la historia desde el siglo XIX al pasado reciente a la luz de de los manifiestos publicados

MADRID Actualizado: Guardar
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Casi se puede decir que con el ‘affaire Dreyfus’ nació el manifiesto. Hombres de letras, abogados, médicos, sabios, científicos y estudiantes engrosaron una larga nómina de personas que firmaban todo un pliego de acusaciones. Para el historiador Santos Juliá, el manifiesto es una suerte de “literatura de combate”. Desde principios del siglo XIX hasta nuestros días, se puede estudiar la historia a través de los manifiestos. Es lo que ha hecho Juliá con su libro ‘Los abajo firmantes’ (Galaxia Gutenberg), que estudia desde la repercusión de la I Guerra Mundial en España hasta el movimiento en defensa de la sanidad pública alumbrado al calor de la reciente crisis y los recortes.

En España hubo que esperar al desastre de 1898 para que hubiera una verdadera eclosión de manifiestos, si bien se trataba de documentos de índole individual. Los lamentos por la decadencia de la patria y los propósitos de regeneración se prodigaron por aquellas fechas. La pérdida de Cuba alentó el deseo de acometer reformas y elevar el nivel educativo del país.

Cuando muchos dan por muerta la figura del intelectual, Santos Juliá se rebela contra esta convicción. “El papel del intelectual se ha multiplicado y democratizado”, asegura el autor del libro, para quien un simple papel rubricado por muchos es un arma poderosa. No en balde, el manifiesto cambió el rumbo de la dictadura de Primo de Rivera y contribuyó a la deslegitimación de ETA gracias al trabajo desempeñado por el Foro de Ermua.

Desde que escribió ‘Historias de las dos Españas’, el historiador ha investigado con denuedo al figura del intelectual y, por ende, la publicación de manifiestos. Cuando comenzó a trabajar en el presente ensayo, había recopilado muchos textos de este tipo. En archivos de la Administración, de la Fundación Pablo Iglesias, del Partido Comunista encontró innumerables manifiestos, a los que sumó los que se encuentran con facilidad en la prensa y ahora en Internet.

Uno de los textos señeros es la carta que Miguel de Unamuno dirigió a Cánovas del Castillo para interceder por su amigo Pere Corominas, un anarquista condenado por su supuesta implicación en un atentado terrorista ocurrido en Barcelona. El documento es relevante en tanto se utiliza en él por primera vez en España la palabra ‘intelectual’.

Con la generación del 14 adquiere auge la tesis del intelectual como minoría selecta con ascendiente en el pueblo y capaz de educar a una masa indocta y poco alfabetizada. José Ortega y Gasset es el exponente de esta idea. La siguiente hornada de intelectuales entronca con la figura del “intelectual comprometido” que pone su pluma al servicio de un ideal para “convertirse en voz del pueblo”. Al mismo tiempo, hay enfrentamientos encarnizados entre pensadores de izquierdas y de derechas, como los que protagonizan el comunista Rafael Alberti y el fascista Giménez Caballero.

A partir de los años sesenta del siglo XX, irrumpen manifiestos en la que las discrepancias ideológicas que se habían suscitado al albur de la Guerra Civil se van esfumando. Vencedores y vencidos firman las mismas proclamas. El lenguaje y las aspiraciones democráticas desvanecen los antagonismos, de modo que la oposición a la dictadura hizo de argamasa intelectual. Esta comunión de intereses se fractura con el referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, una cuestión que reedita las divisiones.

El objetivo que ha guiado a Santos Juliá ha sido el de recuperar un tipo de literatura muy diseminada y en ocasiones de alta calidad".