Un grupo de astronautas se fotografía delante del monolito alienígena descubierto en la Luna, en '2001: una odisea del espacio'.
perdidos en el espacio

El gran silencio

Si el Universo está atestado de civilizaciones inteligentes, ¿por qué todavía no hemos contactado con ninguna?

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El péndulo de la búsqueda de vida inteligente extraterrestre oscila entre la mediocridad y la rareza. Para Carl Sagan y los optimistas, la Tierra no es un mundo especial, sino uno del montón. Por eso, si aquí surgió la vida poco después de la formación del planeta y ha evolucionado hacia la inteligencia, tiene que haber pasado lo mismo en decenas de millones de mundos en la Vía Láctea. En el otro extremo, están los partidarios de la hipótesis de la Tierra rara, formulada en 2000 en el libro homónimo por el paleontólogo Peter Ward y el astrónomo Donald E. Brownlee. Consideran que el cúmulo de circunstancias que se ha dado en nuestro planeta -tener el tamaño idóneo, estar en el sitio justo, contar una luna grande, sufrir pocas extinciones masivas, un Júpiter que atraiga asteroides y cometas...- es difícilmente repetible. Para ellos, la soledad cósmica es la explicación obvia a lo que se conoce como paradoja de Fermi.

En 1950, el físico Enrico Fermi trabajaba en el Laboratorio Nacional de Los Álamos (Nuevo México, Estados Unidos). Caminaba un mediodía hacia el comedor con sus colegas Emil Konopinski, Edward Teller y Herbert York, cuando se pusieron a hablar de platillos volantes, por aquel entonces un tema de moda. De los posibles visitantes saltaron a la posibilidad de que alguna vez se detectara algo que se moviera más rápido que la luz y siguieron hablando de otros temas diferentes durante el almuerzo. Cuentan que, en un momento dado, Fermi preguntó en voz alta: "¿Dónde están?". Se refería a los extraterrestres. Hizo una serie de cálculos sobre la posibilidad de que existan planetas como la Tierra, de que surja en ellos la vida y de que ésta desemboque en una cultura tecnológica, y concluyó que debe de haber muchas civilizaciones alienígenas, tantas que tenían que habernos visitado en numerosas ocasiones. Entonces, ¿cómo se explica que no tengamos ninguna noticia de ellas?

La paradoja de Fermi podría tener una respuesta desoladora: que estemos solos bien porque la inteligencia sea algo extraordinario en el Universo, bien porque seamos los primeros, bien porque la inteligencia esté condenada a la autodestrucción y, durante un breve espacio de tiempo, brillemos antes de extinguirnos. No hay nada que indique que cualquiera de estas explicaciones sea incorrecta. Pero los optimistas también tienen una, aparentemente poderosa, razón para pensar que la vida inteligente bulle por la galaxia y, por extensión, por un Universo formado por miles de millones de galaxias: nosotros estamos aquí. Entonces, ¿a qué se debe el silencio? Se han dado muchas justificaciones posibles a nuestra soledad en un Cosmos repleto de inteligencia. Veamos algunas.

En cuarentena

Es posible que, simplemente, estemos en cuarentena. Somos una especie joven. Prácticamente ayer bajamos de los árboles y hace unos minutos empezamos a explorar el Universo. En nuestra juventud, consideramos un gran hito haber pisado el satélite de nuestro mundo natal. A escala cósmica, el "gran salto para la Humanidad" de Neil Armstrong equivale, sin embargo, a salir de casa y quedarse en el felpudo. Decepcionante, ¿verdad? Al igual que en la franquicia 'Star trek', ¿por qué no suponer que la ausencia de contacto se debe a que las civilizaciones espaciales consideran que todavía no estamos preparados para entrar en su club?

Como argumenta el escritor de ciencia ficción David Brin en 'Primer contacto' (1990), "quizás hay cientos de sondas 'amistosas' establecidas alrededor del Sistema Solar, y que están esperando pacientemente por nosotros. Quizá debamos demostrar nuestra capacidad real para ir hasta allí en persona antes de que ellas se dignen a decirnos hola". Es la idea del cuento 'El centinela' (1948), de Arthur C. Clarke, en el que está basada la película '2001: una odisea del espacio' (1968): unos extraterretres dejaron hace eones un monolito en la Luna y, cuando el ser humano lo descubre, se dispara una alarma que les alerta de que ya hemos superado la infancia. Como dejó dicho Konstantín Tsiolkovski, el padre de la cosmonáutica soviética, "la Tierra es la cuna de la Humanidad, pero no se puede vivir en una cuna para siempre". En este escenario, los alienígenas saben, por nuestras emisiones de radio, que hemos desarrollado una cierta tecnología, pero esperan a que seamos capaces de abandonar la cuna por nuestros medios.

La existencia de una cuarentena cósmica exige, para ser efectiva, un acuerdo entre todas las civilizaciones de la galaxia -algo que se antoja complicado visto lo que ocurre en nuestro planeta con una sola especie- o una de uniformidad cultural: que la evolución hacia la inteligencia conlleve una visión similar de lo que hacer en el caso de contactar con una cultura menos avanzada. Son dos presupuestos extraordinarios. Si hay muchas civilizaciones tecnológicas, lo realmente extraño es que una o unas pocas no hayan violado esos acuerdos o no hayan evolucionado hacia unas normas de comportamiento diferentes.

Inmortalidad y riesgos

Que haya muchas culturas capaces del viaje interestelar en la Vía Láctea choca con que no tengamos constancia de ninguna. Según los expertos, aunque fuera viajando a una décima parte de la velocidad de la luz, una civilización capaz del viaje interestelar colonizaría la galaxia, que mide unos 100.000 años luz de diámetro, a gran velocidad. ¿Cuánta? En apenas 5 millones de años. ¿Mucho tiempo? Depende. Para usted y para mí, sí. Pero supone solo el 0,1% de la edad de la Tierra y el 0,03% de la del Universo. Entonces, ¿por qué narices no están aquí? Quizá porque esa civilización interplanetaria no existe todavía. Igual somos nosotros... en el futuro.

Cabe la posibilidad -¿por qué no?- de que la curiosidad característica de nuestra especie no sea algo común entre las inteligencias extraterrestres, de que el viaje interestelar sea en la práctica imposible o de que una civilización muy avanzada disfrute de beneficios como la inmortalidad que desanimen a sus individuos a la hora de correr riesgos. El espacio es un entorno muy peligroso y, si lo que está en juego es la vida eterna, ¿por qué jugársela? Una civilización lo suficientemente avanzada podría, además, disponer de máquinas y medios para explorar el Cosmos inimaginables para nosotros, que no exigirían viajar físicamente y saciarían sus ansias de conocimiento. De hecho, nosotros mismos ya estamos haciendo eso con la exploración robótica del Sistema Solar.

También puede ocurrir que la radio sea un sistema de comunicación muy primitivo para cualquier civilización avanzada y que estemos siendo bañados por mensajes alienígenas sin enterarnos, como una tribu primitiva actual lo está por emisiones de radio y televisión que ignora porque carece de los receptores adecuados. O pudiera ser que los mensajes estén en camino, que no nos hayan llegado todavía dadas las inmensas distancias entre las estrellas. A fin de cuentas, nosotros no hemos dado señales de vida más allá de una esfera de 80 años-luz de radio, hasta donde pronto llegarán las emisiones de la inauguración televisiva de los Juegos Olímpicos de Berlín, de 1936, con Adolf Hitler presidiéndola. Eso significa que ¡no existimos para la inmensa mayoría de la galaxia!

Desgraciadamente, los contactos entre culturas humanas se han saldado con la destrucción o el sometimiento de la menos avanzada. Quizás el silencio cósmico se deba a que nadie quiere dar señales de vida por miedo a alertar a posibles exterminadores o que estos últimos borran del cielo toda civilización tecnológica en cuanto detectan sus emisiones de radio. "Una especie avanzada de una paranoia determinada podría no desear que surgiera ninguna competencia potencial en alguna parte del Universo y, por ello, podrían enviar una avanzadilla de máquinas del tipo de las sondas autorreproductoras de Tipler, pero con una fuerza negativa. Allí donde las señales radiofónicas mostraran la aparición de nuevos seres 'sentientes' (como nosotros), serían enviados estos robots para eliminar la infección antes de que se extendiera".