Cándido Ibar, padre de Pablo Ibar./ Foto y vídeo: Óscar Chamorro
derechos sociales

A un paso de la muerte

Madrid abandera la lucha contra la pena capital, que en 2012 se cobró la vida de 682 personas en todo el mundo

MADRID Actualizado: Guardar
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Las huellas y el ADN en la escena del crimen pertenecían a otra persona, pero la manipulación del caso le convirtió en 1996 en culpable de un doble asesinato en Estados Unidos. El español Joaquín José Martínez fue condenado a muerte y pasó cinco años y medio en una cárcel de máxima de seguridad de Florida, esposado de pies y manos, mirando de refilón a la muerte y contando los segundos para volver a pisar la calle. La reapertura de su caso, gracias a la cruzada emprendida por sus padres y a la presión nacional e internacional (el Rey y Juan Pablo II incluidos), le trajo un nuevo veredicto: «no culpable». Desde entonces lucha con el convencimiento de un converso -antes de ser encarcelado defendía la pena capital- y con todas sus energías para que nadie tenga que volver a pasar por el sufrimiento que él vivió.

“Confiaba en el sistema de justicia estadounidense”, explica Joaquín. Por aquél entonces, “yo creía férreamente en la pena de muerte, y criticaba a las organizaciones que luchaban por abolirla”, recuerda. “Tenía 24 años y era un chaval muy arrogante. Había vivido el perfecto sueño americano, lo tenía todo: estudios, una casa en la playa, un deportivo, mi empresa iba muy bien... Sentía que estaba por encima de todo”. Entonces no sabía que lo que para él era un simple “malentendido” le iba a costar cinco años de su vida, dos juicios e innumerables secuelas.

Aún hoy, doce años después de abandonar la celda 102 de la prisión de Orient Road, los recuerdos resurgen con nitidez. Cada vez que abre la nevera y puede elegir lo que le apetece le vienen a la mente las comidas, muy crudas o quemadas, que le servían entre rejas. Antes de irse a dormir se recuerda a sí mismo que su infierno ha acabado, abriendo y cerrando puertas para sentir la libertad: “Durante cinco años, no pude tocar una. Los guardias te abrían y cerraban la puertas cada momento”, asegura. Lo que no cree es que pueda volver a tener una sola bombilla en su casa. Estaban encendidas día y noche y siempre parpadeaban cuando se llevaba a cabo una ejecución. Lo había visto en cientos de películas, y casi le pasa a él.

La última oportunidad para Pablo

Martínez pelea ahora con Pablo Ibar, único español en el corredor, y con la asociación ‘Ensemble Contre la Peine de Mort’ (ECPM) -Juntos contra la Pena de Muerte- que coordina la organización del Congreso Mundial Contra la Pena de Muerte, celebrado esta semana en Madrid. “Si no se hace más podremos estar hablando del primer español asesinado legalmente”, asegura.

En 1994, Ibar fue acusado junto a otro hombre de asesinar a tres personas durante un robo en un club de Mirarmar, en el Estado de Florida. Después de doce años y varios juicios plagados de irregularidades, el 9 de marzo de 2006 el Tribunal Supremo confirmó la declaración de culpabilidad y la sentencia de muerte de Ibar, un mes después de revocar la de su presunto cómplice. La única prueba de cargo contra él: una foto borrosa y oscura de un individuo con bigote que podría ser Pablo. O no.

Desde entonces, su defensa ha apelado esta decisión ante el Supremo de Florida y espera una nueva decisión. Su última oportunidad para abandonar el infierno. “No podemos dejarlo morir. Hay que hacer un esfuerzo para evitar que se cumpla la condena, antes de que sea demasiado tarde”, dice su padre Cándido, que explicó que su hijo está bien, tanto física como psicológicamente, y aseguró que la familia y, en especial, su mujer, constituyen su “principal apoyo” para no abandonarse.

Los años de plomo marroquíes

“Esperar cada día la muerte es casi peor que ser ejecutado", reconoce Ahmed Haou. Durante catorce años, la vida de este marroquí consistió en esperar la muerte en un ‘agujero’ sin baño, con ratas y en el que las luces no se apagaban. La desnutrición o las condiciones insalubres no eran lo peor. Las torturas cotidianas y el terror a ser ejecutado le han dejado secuelas para toda la vida. Pero la muerte nunca llegó. Ahmed es uno de los muchos presos políticos que fueron condenados a la pena capital durante el reinado de Hassan II. Aunque por aquél entonces los únicos delitos constitutivos de dicha pena eran la incitación a la guerra civil o el armamento de grupos violentos, él fue sentenciado a la guillotina. En los años de plomo, unos pasquines eran más que suficientes. "El cargo oficial fue atentar contra la seguridad del Estado", explica.

En 1994, le conmutaron la pena de muerte por cadena perpetua. Y el miedo a morir desapareció, aunque no las torturas. “Lo primero que pensé fue: 'ya sea libre o en prisión, voy a seguir viviendo'”, señala este francés sosegado. La presión internacional contra el régimen alauí, las huelgas de hambre de los presos y la labor de las organizaciones internacionales lograron que cuatro años más tarde Ahmed volviera a ser un hombre libre. Ese mismo día decidió consagrar su vida a la lucha contra la pena de muerte en el mundo. “Fue un 13 de octubre de 1998. Ese día volví a nacer”, reconoce emocionado. La estancia en un corredor de la muerte, aunque se logre salir de él, marca toda una vida.