MÚSICA | CONCIERTOS

El apocalipsis de Muse

Los ingleses demuestran su músculo en un espectáculo arrollador, pese a los bajones provocados por las canciones de su último disco

MADRID Actualizado: Guardar
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La última vez que Muse actuaron en Madrid lo hicieron en el Vicente Calderón, en 2009. Allí, al aire libre y con todo el espacio que permite un gran estadio de fútbol, mostraron un montaje mastodóntico y sorprendente, que se incrustó indeleble en la memoria de quienes lo presenciaron. En esta ocasión, en el Palacio de los Deportes, los metros cúbicos disponibles para montar una nave espacial o algo similar estaban más limitados, pero el trío británico los aprovechó a conciencia, con un escenario abierto por los cuatro costados (había público incluso detrás), una franja de monitores de LED y una pirámide invertida de pantallas que bajaron del techo, mutando de forma según las canciones. Un espectáculo audiovisual sublime.

Hacía tiempo que las 16.000 entradas se habían despachado, pese a que no hace ni un mes que ha salido a la venta el nuevo trabajo de Muse, el decepcionante The 2nd Law, que hace unos meses se anunciaba como una incursión en la electrónica y ha acabado siendo más bien un flácido acercamiento al pop-rock comercial de los 80. Pero los ingleses arrastran a una enorme base de fans que no se arredra ni aunque el último disco sea flojo: saben que en directo no fallan. Y eso pese a que, salvo la excepción de Madness, los numerosos temas de The 2nd Law provocan cierto bajón, si los comparamos con la reacción desaforada a temas más antiguos como Plug in Baby, Time Is Running Out, Uprising o Knights of Cydonia, su póker de ases.

Matt Bellamy, cantante de Muse, no es especialmente carismático, pero sabe que tiene al público en el bolsillo de antemano y actúa en consecuencia, corriendo de un lado a otro del escenario, subiendo a la pasarela que lo circunda, arrodillándose en alguno de sus impecables solos de guitarra y pidiendo acompañamiento de palmas. No habla casi, tampoco sus discretos compañeros (escoltados por un teclista semiescondido). No hace falta, pues el sonido que sacan entre los cuatro, inunda todo el recinto, y las pantallas hacen el resto, escupiendo imágenes distorsionadas de noticiarios, cotizaciones de bolsa y caos posmoderno, que arropan a la perfección los mensajes de resistencia, levantamientos, agujeros negros y cuentas atrás hacia el desastre. La ola de sonido que se percibe es tan potente que hace sospechar de que haya partes pregrabadas como apoyo. Quién sabe: ocurre en muchas de las giras que recorren grandes recintos.

Muse avanzan triunfales por la senda de monstruos de estadio como Queen o U2, aunque sin el punto tragicómico que tenían los primeros ni el buenrollismo de los segundos: lo suyo es el espectáculo del apocalipsis y la paranoia, sensaciones que su música conjura con una efectiva grandilocuencia, acercándose en ocasiones (Knights of Cydonia, por ejemplo) a una especie de heavy metal futurista. En definitiva, Muse no tienen parangón en el rock actual: se han construido un nicho del que son únicos ocupantes, y les funciona de maravilla.