México

Guerra por las cenizas ¿y el legado? de Chavela

Una sobrina reclama los restos de la cantante y asegura que el deseo de 'la chamana' era que se esparcieran en el mar y no en su refugio de Tepoztlán

MÉXICO Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Era notoria la mala relación de Chavela Vargas con su familia, pero nadie sospechaba que pudiera derivar en una disputa por sus cenizas. La cantante quería que se aventaran en Tepozltlán, su refugio al pie del su monte-talismán, el Chalchi. Y así se dispuso, hasta que una sobrina de Chavela se personó en la capilla ardiente acompañada de un letrado y dispuesta a cambiar la historia. Con su tía de cuerpo presente, exigió que le entregaran los restos tras la incineración, asegurando que la verdadera voluntad de 'la chamana' era que sus cenizas se esparcieran en el mar. Queda por ver si esta es la primera batalla de una larga guerra por el legado de Chavela.

La ínclita sobrina es Gisela Ávila Vargas, que irrumpió junto al abogado ante la prensa que daba cuenta del homenaje popular a la intérprete de 'La llorona' y 'Macorina' en el Palacio de Bellas Artes del Distrito Federal. Para pasmo de la concurrencia, leyó un comunicado exigiendo al entorno de la cantante la entrega de sus restos y el cumplimiento de la presunta última voluntad de la finada, que sus cenizas fueran esparcidas en el océano.

Gisela, hija de una hermana de Chavela con quien la relación era distante, por no decir inexistente, insistió en que el deseo expreso de la difunta era que sus cenizas se arrojaran al mar, "mitad en Veracruz, Atlántico y mitad Guanacaste, Pacífico". Una propuesta contraria a la que comunicó hace días la biógrafa y amiga íntima de Chavela, María Cortina, según la cual el reiterado y expreso deseo de Chavela era que sus cenizas se aventaran en las faldas del Chalchi, un cerro mágico para la cantante en su refugio de Tepoztlán. Otra parte debía reposar en las remotas tierras de los indígenas huicholes que nombraron 'chamana' a Chavela Vargas y la prepararon para "trascender" a la vida, que no para morir.

Cortina no ha mantenido contacto con la familiar de Chavela, que viajó de Costa Rica al Distrito Federal tras la muerte de la cantante, fallecida el domingo, con 93 años, en el hospital de Cuernavaca donde permaneció ingresada una semana. La amiga y albacea espiritual de Chavela confirmó el miércoles que la cremación ya se había llevado a cabo y precisó que no piensa enfrentarse a la sobrina.

Sin herencia

Pero todo parece indicar que este es sólo el primer episodio del litigio por el legado de la cantante. Y eso que, según María Cortina, "no existe" herencia alguna". Chavela no dejó bienes ni generaba dinero por sus canciones y grabaciones, según su biógrafa. No generaba regalías ya que, siempre según Cortina, en los momento más oscuros de su vida, sumida en un mar de tequila y olvido, "perdió los derechos por un mal contrato". "No hay nada que pelear -avanza Cortina- y eso me parece lo más absurdo de todo".

María Cortina ha explicado que Chavela vivía con modestia casi espartana en una vivienda "muy pequeña, pero muy digna" que una amiga le alquilaba por 4.000 pesos mensuales, algo menos de 250 euros. "Chavela nos dejó su dignidad; su legado es su canto y su libertad, y yo estoy dispuesta a lo que sea para que no se arruine esta imagen", clamó Cortina tras saber que hasta tres personas se presentaron a los médicos y al personal de la funeraria "como abogados de una sobrina de Chavela". Explicó que "por el respeto y las enseñanzas de Chavela", no peleará por el destino de sus restos. "Si realmente son familiares y quieren una parte de las cenizas, no habrá problema. Chavela no lo quería así, pero estoy convencida de que lo más importante para ella es que no hubiera problemas", concluyó.

Isabel Vargas Lizano, que así se llamaba Chavela Vargas en sus documentos, nació en Costa Rica el 17 de abril de 1919 y partió peras con su familia cuando era una adolescente. Viajó a México sin mirar atrás para buscarse la vida en las calle del D.F. con su voz y su guitarra. Descubierta por el compositor José Alfredo Jiménez y su esposa en una esquina de Insurgentes, la gran avenida capitalina, triunfó a mediados del siglo XX. Obtuvo la nacionalidad mexicana y vivió en su país de adopción durante más de siete décadas entre la admiración, el olvido, el alcohol y las resurrecciones impulsadas por Pedro Almodóvar y Joaquín Sabina a este lado del charco.