RUTA QUETZAL

Selva, caña, café y estrellas de Colombia

La Ruta Quetzal realizó el miércoles una de las marchas más duras de su historia con la ascensión al Pico del Loro, en el Parque Natural de Farallones

QUINDÍO Actualizado: Guardar
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“He sufrido mucho para llegar, pero aquí me siento como si estuviera literalmente en el cielo”. Bernarda Tumiña, una indígena colombiana procedente de Silvia, en el Valle del Cauca, fue la orgullosa primera rutera en llegar a la cima del Pico del Loro, una de las más hermosas de los Farallones de Cali, cuya ascensión ha sido una verdadera aventura para los integrantes de la Ruta Quetzal BBVA 2012. Apenas 25 de los 130 chicos que partieron del campamento en el Ecoparque Río Pance lograron completar la dura ascensión en una jornada que, no obstante, quedará en el recuerdo de todos por la belleza del paisaje y el espíritu de camaradería.

“Este es el espíritu de la Ruta Quetzal –exclamó con entusiasmo, ya en la cumbre, el jefe de campamento, Jesús Luna-, superar las dificultades en equipo. Y esta ha sido una de las caminatas más duras de la historia de la Ruta”.

Dura y hermosa, la jornada del miércoles transcurrió por entero en el Parque Nacional Natural Farallones de Cali, un territorio de más de 205.000 hectáreas que se eleva de los 200 a los 4.100 metros sobre el nivel del mar al oeste de la ciudad de Cali. Es un territorio perteneciente a la Cordillera Occidental de los Andes colombianos que alterna los bosques húmedos subandino y altoandino. Una selva de enorme belleza, que a veces se oculta entre la niebla y otras muestra su imponente presencia recortada sobre el cielo de Cali.

En el parque habitan el puma, la pantera y el oso de anteojos, algunos marsupiales, cinco especies de primates (como el chongo) y mil aves diferentes: el gallito de roca, el pato de torrentes, varias especies de tángaras, colibríes y saltarines... La flora, por su parte, es casi infinita, con árboles portentosos y otros menores, pero todos entramados en una selva espectacular: comino crespo, roble negro, chachajo, cedro, cargadera, peine mono, gualanday, jigua, aguacatillo, sande, guabo dormiló… y helechos arborescentes.

Por esos parajes mágicos para sus antiguos habitantes, grupos indígenas anteriores a los asentamientos de colonos en Felidia, Cali y Jamundi, transitó la marcha de los expedicionarios, que disfrutaron y sufrieron a partes iguales en su bautismo colombiano de selva y montaña. De los 1.300 metros de altitud a la cota 2.850, los chicos se enfrentaron a una marcha muy exigente que, junto con el calor, fue diezmando el grupo hasta quedar solo en una treintena que habría de intentar el último tramo, el más duro.

Con desniveles superiores al 80% había que trepar, literalmente, agarrándose a lianas y raíces, evitar los resbalones sobre las rocas húmedas y no ceder a la fatiga extrema derivada del esfuerzo y la altura. Algunos tuvieron que darse la vuelta, pero, poco a poco, alentados por sus monitores y animándose unos a otros, lograron conquistar el Pico del Loro. Entre los 25 chicos que terminaron llegando los había de Segovia, Madrid, Ibiza, Galicia, Jaén, Asturias, Barcelona, Valencia, Ceuta, Zaragoza y Albacete, y también de Bulgaria, México y, cómo no, de Colombia. “En el cielo de Cali”, como bien dijo Bernarda.

Junto a ellos, monitores, guías de montaña, médicos, periodistas, miembros de Cruz Roja y soldados del Ejército, unas cincuenta personas en total hicieron cumbre ese día, que quedará para el recuerdo de la Ruta Quetzal. Lo habían conseguido , lo habían hecho juntos y lo habían hecho en representación de todos sus compañeros. El cielo, como queriendo premiar el valor de todos ellos, abrió la niebla y les regaló la contemplación de un paisaje soberbio. Un auténtico paraíso.

Pero quedaba el descenso. Después del entusiasmo de la cima y de reponer fuerzas, fueron comenzando la bajada con mucho cuidado y ayudándose unos a otros. Así es como se hace camino. Todos fueron un poco héroes ese día.

La noche se terminó echando encima antes de completar una marcha inicialmente prevista para unas siete horas, que se cubrió finalmente en once. De regreso en el campamento de Pance, los compañeros les recibieron con aplausos y abrazos. Todos se sintieron de regreso de la cumbre y de la selva con una aventura inolvidable para contar y un par de lecciones aprendidas: superación personal y compañerismo. Cosas que enseña la escuela Quetzal.

La casa de los espíritus

Como escuela itinerante que es, la Ruta Quetzal levantó campamento ayer jueves, dejó el Ecoparque Río Pance y realizó dos visitas esa mañana. La primera al Museo de la Caña de Azúcar en Pidechinche, donde conocieron el cultivo y explotación de uno de los productos estrella de Colombia desde hace trescientos años hasta la actualidad. Posteriormente visitaron la Hacienda el Paraíso, declarada Monumento Nacional, una hermosa construcción construida entre 1816 que domina todo el Valle del Cauca y en la que el escritor nacional Jorge Isaacs vivió y ambiento la novela ‘María’, considerada la obra cumbre de la literatura romántica hispanoamericana.

Un almuerzo ofrecido por el Departamento de Turismo de Cali sirvió a la expedición de despedida de la tercera ciudad más importante del país y poner rumbo al Departamento de Armenia, donde comienza la zona cafetera. Tras una calurosa bienvenida al por parte de la autoridades del Quindío y Armenia, la Ruta Quetzal está instalada por unos días en el Rancho California, donde conocerán la cultura del café, otro de producto de referencia, y realizarán diversas visitas y actividades de naturaleza.

Pero antes, los ruteros tuvieron un primer contacto con las estrellas que iluminan la noche colombiana de la mano del astrónomo y periodista científico Javier Armentia, director del Planetario de Pamplona y colaborador habitual de la expedición. Así, observando el firmamento mientras en España amanece, descansa la Ruta Quetzal. Con sensaciones de selva, caña, café y estrellas.