crónica social

En el quicio de la última mancebía de Granada

Un recorrido por más de medio siglo de perfume y carmín por la vía que aglutinó los burdeles de la ciudad, de los que se llegaron a contabilizar hasta una docena en su edad dorada

GRANADA Actualizado: Guardar
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La señora Pepa es la última de su estirpe. Viste un guardapolvos bordado, elegante, que acompaña con unos tacones y una melena rubia muy cuidada. Moldeada. Hoy está de excelente humor y se ha maquillado. «Es que quiero estar muy guapa», confiesa con cierto rubor, como cuando pillas a una pequeña maquillándose con las pinturas de mamá. Es parte del juego de perfume y carmín que se desarrolla en el quicio de esta mancebía de la calle San Juan de los Reyes de Granada, último lupanar del Bajo Albaicín y también, por derecho propio, de toda la ciudad de Granada y de una extensa parte de su historia que al menos se remonta de viva voz hasta hace medio siglo, cuando «la calle no estaba empedrada y todo era tierra y barro», cuenta un veterano cliente, que conoció las caricias y el despertar de la sangre entre los brazos de mujeres como 'madame' Pepa».

Sí. Los tiempos han cambiado. Pero entre estas cuatro paredes de esta pequeña casita de dos alturas encajonada entre los augustos muros de tan afamada calle del Bajo Albaicín permanecen vivitas y coleando un conjunto de costumbres, de tradiciones, que se resisten a desaparecer por las buenas. Para empezar el precio ha cambiado. «Eran dos o tres duros que costaba en los setenta», hace memoria Mariano para terminar de apuntar «o cinco duros si era hembra buena, una 'guayaba', que las decíamos (en alusión a la fruta madura)». Ahora «son treinta euros, cariño», que dice una de las comadres de 'madame' Pepa cuando se hace la pregunta pertinente, mientras fuma, despacio, un winston americano, rubio, hasta el mismísimo filtro, con chupadas largas e intensas.

Las meretrices son postal color sepia alrededor de la mesa camilla, con sus faldones, con su monitor de televisión en la esquinilla y el transistor con la antena doblada. Huele a tabaco, algo que las nuevas leyes han desterrado de los lugares de ocio, sea cual sea la diversión que se ofrezca a los sentidos. Para acceder a ellos, a los de este burdel de antiguo, hay que manejar al menos tres códigos.

El primero es el del milenario boca a boca, que cuenta de la presencia y permanencia de esta casa de citas con sus mujeres amables y guapas. El segundo es el color verde chillón, verde esmeralda o verde esperanza, según el bagaje con que se mire el portalón metálico que, entreabierto, esta es la tercera pista, anuncia que el rojo-puticlub es un color importado y que puebla los accesos a las ciudades y adorna las carreteras como si fuera un anuncio de otro tiempo. De otro lugar. Pero esto es el Bajo Albaicín y es Granada y en la casa de citas de 'madame' Pepa las mujeres contestan las preguntas con exquisita amabilidad mientras piden que se guarde su intimidad. Su anonimato. «Somos las últimas de la calle», reconocen. «Antes había un montón de casas como la nuestra, pero todas han ido desapareciendo, poco a poco».

-¿Y cuánto cuesta el servicio?

-Nosotras cobramos treinta euros por uno completo, que puede ser una hora.

-¿Y ya no hay mujeres más jóvenes, como en los clubes de la carretera?

-No. Aquí estamos nosotras (Y no sin una punzada de orgullo). Aquí sólo encontrará, caballero (esto último no sin retranca), mujeres que saben dar placer a un hombre de verdad.

-¿Cuánto tiempo hace que se abrió este lugar?

-Mmmmmmm... Llevamos ya como 25 años. ¡No! No tantos, como si quisieran quitarse un par de añitos de encima. Serán unos 22 ó 23 en total.

-¿Y el negocio? ¿Puedo preguntarles cómo va el negocio?

-El negocio va muy bien.

Y sonríen. Pícaras. Se conoce que estos negocios asentados, con solera y clientela, no sufren los meneos de la omnipresente crisis, aunque se abre a diario, haga sol o nieve, brille el sol o refresque la sombra. Solo se conoce un día que hayan cerrado. Y fue hace un par de meses. La anécdota, pese a ser desgraciada, vale su peso en oro y la protagonizó 'Blaky', el gato que vivía en esta casa de citas, cuidado y amado como nadie. La anécdota, que es conocida en todo el Bajo Albaicín, se recuerda a diario para criticar la última medida del Ayuntamiento de Granada, la peatonalización del Paseo de los Tristes y el cambio de sentido del tráfico en esta calle hoy protagonista, San Juan de los Reyes.

Cuentan los vecinos y ratifica 'madame' Pepa mientras se aguanta las lágrimas que «el gato, 'Blacky', salió por el quicio de la puerta verde como cada mañana a San Juan de los Reyes. Debió mirar el felino a la derecha, por donde siempre habían bajado coches y motos y al no ver ninguno, cruzó la calle tan campante sin saber que en la Plaza del Carmen habían decidido un cambio de sentido en el tráfico que a él, pobre criatura, le resultó fatal. Un coche lo atropelló cuando subía la calle y al escuchar los maullidos desgarradores de 'Blacky' las mujeres salieron a la calle, vieron a su minino medio muerto, rompieron a llorar y, cuando el gato murió, decidieron guardarle todo el día de luto, cerrar su casa de citas por primera vez y salir todas en procesión hasta Armilla «para enterrarlo y despedirlo», recuerdan. «No veas, tú, dice la señora Pepa, cien euros que nos costó enterrar al 'Blacky'».

Uno sí y otro no

Mariano y Antonio son vecinos desde que eran chaveas. Ya jubilados, se han recorrido el Albaicín y frecuentaron las casas de citas de la época durante la década de los setenta. Han accedido a recorrer la calle y recordar sus años mozos. Ambos esperan a la sombra de uno de los árboles de Plaza Nueva. Suben el repecho y embocan San Juan de los Reyes. Se paran delante de la primera casa y se les ve que hacen esfuerzos por recordar nombres, caras, gestos, toda una vida que ahora les recorre como un escalofrío que va del placer a la nostalgia. Sonríe Manolo ante el número 9. «Esta era la de la Angustias. Tenía dos puertas ¿Ves? (Y las señala). Por una se entraba con ganas y por la otra se salía servido», y una carcajadota suya resuena por los recovecos de la calle. Parece que algo ha despertado dentro de ellos: «Es que es complicado, porque antes era una casa sí y otra no... a ver a ver». Y empiezan, «esta amarilla sí era, y esta, y esta otra...».

Pasan también ante el número 24 de la calle, que en diciembre de 2004 se hizo famoso porque unas estudiantes italianas tuvieron que poner un cartel que informaba que eran estudiantes para que nadie se equivocara. Mariano y Antonio están ya en vena. No dudan cuando llegan a la casa 'de la lotera' en la esquina con la plaza del Granadillo. «Es que como no le llegaba te vendía lotería después de echar el polvo...». Más adelante, ambos se frenan ante el número 22: «Esta era la Encarni. Había un gran jardín. Les llevábamos pasteles. Nos hacían café...».